El director neoyorquino suele buscar la inspiración en la ducha cuando en los autobuses de la EMT tiene la materia prima. Aquí va un escena peliculera
El método que tiene Woody Allen para dar a luz una película al año consiste en abrir un cajón lleno de papelitos, coger uno a la buena de Dios y desarrollar la idea apuntada en él y que va reuniendo cuando le surgen.
Para desarrollarla, confiesa que suele tirarse en la ducha hasta tres cuartos de hora (la irrigación prolongada del cuero cabelludo parece que hace maravillas). Los tres cuartos de hora en la ducha puede que escandalicen a nuestro alcalde y a los amantes del ahorro acuático pero ha propiciado algunas obras maestras del cine.
Sin embargo, si Woody Allen viviera en Málaga, un servidor le aconsejaría que no desperdiciara tanta agua y se limitara a viajar en los autobuses de la EMT. En ellos tendría una rica fuente de inspiración.
El pasado lunes por la tarde, sin ir más lejos, tuvo lugar un vodevil en la línea 17, y eso que el conductor estuvo en todo momento correcto y trató de atemperar los ánimos.
Trasegaba el autobús rumbo a la Alameda Principal, en la glorieta de la avenida de Valle Inclán con la avenida de La Palmilla, cuando el autobús pegó un frenazo brusco e impetuoso. «No me ha dado tiempo ni a avisar, se coló un coche delante», explicó el conductor con la cara blanca como la nieve de la impresión.
El frenazo no causó problemas importantes al pasaje, bastante escaso, salvo a un individuo que iba sentado justo detrás del conductor. Pese a que los usuarios del autobús entendieron que el conductor no tuvo ninguna otra alternativa ante la llegada del coche kamikaze, el señor que se llevó la peor parte se levantó como un energúmeno y montó la marimorena. Para que se hagan una idea, en la carga de la brigada ligera se gritó bastante menos que en ese autobús del 17, y eso que todo salía de una sola garganta.
Pero los pasajeros no se quedaron callados y se pusieron del lado del conductor. Al de los alaridos le trataron de hacer ver que no había sido culpa de quien llevaba el autobús, es más, que había evitado un accidente. Para qué se metió cierta señora en el bochinche. El sujeto saltó con un argumento difícil de demostrar: «¡Tú no sabes conducir!», le espetó en repetidas ocasiones, hasta que un feliz acontecimiento eliminó la tensión, nunca mejor dicho, de golpe: el irascible se bajó alllegar su parada.
El conductor pidió a los pasajeros que le informaran por favor si alguien había tenido algún problema por el frenazo y entonces el pasaje habló de la parte económica de estos súbitos frenazos. De hecho, en el mismo asiento que el irascible iba sentada hace años la mujer de uno de los usuarios y como contó con gran alborozo: «El autobús pegó un frenazo en la calle Cabriel, ella se dio en el ojo derecho con el anuncio y le dieron 70.000 calas». Las 70.000 calas hicieron posible la llegada de una nueva nevera, informó mientras se bajaba de la parada, provocando las carcajadas del respetable. No me digan que Woody Allen no tiene aquí material para plantearse, cuando menos, una escenita de su próxima película. Suerte.