De ualabitos y guanchindangos chicos

17 Jun

Año y medio después de que naciera una pareja de canguros de cuello rojo o ualabís en el pequeño zoo del Parque del Oeste, los alumbramientos siguen sucediéndose.

En 1817, cuando Fernando VII usaba paletó (un gabán de paño grueso, según la Real Academia), en la desolada colonia penitenciaria de Australia el naturalista francés Anselme Gaëtan Desmaret describió por vez primera al wallabi o ualabí de Bennet, unos canguritos de cuello rojo que nunca pegarían el estirón.

Esta precisión biológica viene a cuento porque no se deben confundir los ualabitos con esos seres imprecisos que aparecen en una conocida letra, muy socorrida en reuniones familiares y flamencas de Málaga: «De la nata sale el queso/ y del queso, los quesitos/ de los guachindangos grandes salen los guachindanguitos». Como ven hay cierta similitud fonética pero poco más, aparte de que Desmaret no vio un guachindango en su vida.

Una pareja de estos ualabitos o canguros en miniatura, criada en cautividad, sustituyó en noviembre de 2011 en el zoo del Parque del Oeste a unas cabras del Camerún y también por entonces recibieron la compañía de una pareja de emúes, una especie de avestruces de plumaje grisáceo también originario de Australia.

En enero del año pasado La Opinión informó del feliz nacimiento de dos ualabitos, que durante los primeros meses se estuvieron gestando en la bolsa externa materna o marsupial, hasta salir de ella en el verano.

Parece que los ejemplares del único zoo municipal que existe en Málaga no están a disgusto en el Parque del Oeste porque en la actualidad hay un macho y tres hembras y las tres han resultado preñadas. De hecho, si usted se da una vuelta estos días, verá la clásica estampa que espera de una mamá canguro, con el bebé asomando de la bolsa mientras se desplaza dando brincos.

Los canguros en miniatura cuentan con una cabaña de madera en la que poder descansar, y que está rodeada por una agradable sombra. Vamos, que a Thoureau, el escritor que se fue dos años a vivir a un bosque, ya le hubiera gustado contar con este apaño.

Las crías macho que han ido naciendo desde el año pasado han terminado marchándose a otros zoos, ya que en un espacio tan pequeño dos machos acabarían enfrentándose, aunque sean padre e hijo, algo que a nadie sorprende después de la que liaron los hermanos Karamázov con su progenitor.

Los emúes, por cierto, son otra cosa. Básicamente son unos animales que harían muy bien de percha o de estatua en la calle Larios siempre que se les alimente varias veces al día. Eso sí, por suerte la entrada al pequeño zoo cuenta con sólidas verjas porque la primera intención de un emú es comerse la cámara o teléfono de quien los fotografía –la confundirán, quizás, con alguna delicatessen–.

Que en medio de la ciudad, a unos pasos de La Paz y de Parque Mediterráneo, exista este rincón de Australia con emúes y ualabitos –que no guachindangos chicos– es una exótica casualidad que merece una visita con toda la familia.

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