Miembros de la Asociación Bernardo de Gálvez pudieron ver el miércoles el retrato original de Bernardo de Gálvez que conserva la familia De Haya Gálvez
A lo mejor le pasa. Las representaciones icónicas pueden dejarle más frío que una llave. Es el caso de un servidor. Cuanto más veces aparece una ciudad o un monumento en la televisión, menos sensaciones le transmite a uno cuando lo visita. La capacidad de sorpresa se marchó por el camino.
Ocurre lo mismo con las obras de arte. La Gioconda del Louvre a usted, como a un servidor, a lo mejor puede dejarle impasible de tantas veces que ha salido esa muchacha en televisiones, libros y revistas. ¿Cambia algo la visión en directo de este cuadro en una urna acristalada? Claro que ni mucho menos piensa lo mismo la masa compacta de japoneses que rodea el retrato para fotografiarlo como si acabara de salir fresquita del taller de Leonardo y fuera la novedad del siglo.
Pero siempre hay excepciones. Desde 2006, cuando la causa de Bernardo de Gálvez comenzó a dar sus primeros pasos, La Opinión ha estado informando de esta carrera de fondo. Quizás ustedes tengan en mente el cuadro de este virrey de México nacido en Macharaviaya.
Hace unas semanas este diario dio la primicia de que el lienzo había dejado de atribuirse al pintor de Carlos III Mariano Salvador Maella: había quedado demostrado por unas cartas que el lienzo era obra de Maella y por tanto digno de exhibirse en El Prado (aunque ya lo era antes).
Muchos miembros de la Asociación Cultural Bernardo de Gálvez no habían tenido la oportunidad de ver este retrato. Se sabía, claro, que lo conservaba la familia De Haya Gálvez y que se encontraba en Málaga.
El pasado miércoles por la tarde algunos de los socios pudieron contemplarlo al fin. Se encuentra en una preciosa y antigua vivienda de nuestra ciudad. Preside un amplio salón en el que hay dos protagonistas, una enorme biblioteca y el cuadro.
Si uno se aproxima a la obra, comprobará que se encuentra en buenas condiciones. El paso del tiempo no ha dejado muchas huellas en él.
Como sabrán, una estupenda copia o más bien versión ha sido realizada por el pintor malagueño Carlos Monserrate y ahora se encuentra en Washington, en la sede de las Hijas de la Revolución Americana, a la espera de poder exhibirse en el Capitolio.
Una de las personas que posó junto al retrato fue Teresa Valcarce Graciani, que esa tarde recibía el premio Bernardo de Gálvez por parte de la asociación, por haber sido la pica en Flandes que ha gestionado en la capital americana la entrega del cuadro al Congreso del país. Su cara de ilusión era evidente. La acompañaron entre otros socios Carlos Cólogan, en cuyo archivo canario conserva un centenar de cartas de Matías de Gálvez, padre de Bernardo o el pintor Javier de Villota, autor de la Suite Gálvez. Una tarde inolvidable, una auténtica inmersión controlada en la historia de España y Estados Unidos. Y felicidades a don Carlos de Haya Gálvez por compartir el cuadro y por tenerlo en tan buenas condiciones. Fue mejor que ver la Gioconda con cientos de japoneses.