La pérgola del parque de Los Ángeles, frente al Centro Comercial Rosaleda, luce una buganvilla para resguardarse del sol en esta zona verde tan mal repartida
Más de una vez hemos hablado en estas páginas de esa tendencia tan malaguita a instalar pérgolas en los parques de Málaga y olvidarse de colocarles enredaderas, cañizos o cualquier otro elemento que dé sombra.
Esta moda, si se examina bien, es igual de absurda que si el Ayuntamiento repartiera paraguas promocionales de Málaga y solo entregara las varillas metálicas.
En efecto, las pérgolas sin nada encima son legión en nuestra ciudad, un elemento absurdo que, todo hay que decir, nuestro Consistorio muy lentamente está tratando de corregir. Un ejemplo muy bueno lo tenemos en el parque de Los Ángeles, un cerro frente al centro comercial Rosaleda que también asoma por un lado a la urbanización La Roca y por otro a la calle Montserrat Roig.
Los Ángeles es una zona verde que básicamente se encuentra con verde por todos lados salvo en la mayoría de la cima, la parte más frecuentada y que la ocupa en buena parte un inmenso páramo enlosado y deprimente. Hay algunos árboles, sí, pero casi todos son bonsáis venidos a más que deberán crecer algunos años antes de dar una sombra generosa.
Por eso se agradece tanto la plantación de esta buganvilla junto a la pérgola, instalación que en los últimos años sólo servía para que en sus columnas se perpetraran pintadas pandilleras como «Leila y Tania y Andrea las k mandamo» o enamoradizas del tipo «Te quiero por encima de todo» (por encima también de las ordenanzas municipales, se entiende).
Un elemento que necesita un repasito, o más bien un recambio, es la placa conmemorativa de la primera piedra (2001) y de la inauguración (2002) del parque por Francisco de la Torre. Aparte de la pintada de rigor, hay signos evidentes de que algún homínido ha tratado de sisarla haciendo palanca.
Y hay que mencionar aparte la fuente, en realidad una lámina de agua pútrida. Un servidor no recuerda haberla visto con actividad. En todo caso está en mejores condiciones que hace algunos años, cuando los mamíferos se ensañaron con ella y la dejaron peor que el que se perdió en la isla.
Un elemento en el que sin duda no pensaron bien los diseñadores de este espacio es el suelo de tablones de madera que rodea la fuente. La separación entre las tablas hace posible que todos los detritus y bolsas posibles lanzadas por el público se depositen en los bajos del tablado.
El día que las maderas se levanten –el siglo que viene– los arqueólogos tendrán un valioso yacimiento para conocer qué chucherías compraban los malagueños a comienzos del siglo XXI. Y de paso –a la vista de tanta basura en el suelo de un parque público– podrán medir si el civismo, un siglo después, ha aumentado en la Ciudad del Paraíso o sigue en las cotas de siempre.
Confiemos en que el adjetivo «puerco», tan utilizado en Málaga para describir a cierto tipo de individuos, haya quedado desterrado por entonces del diccionario.
Que ciudad tan bonita tenemos y cuantos rincones guarda en su interior, no deja de sorprendernos cada día.