Desde los fenicios hasta el Metro, los genios del colectivo Plastiart han tenido tiempo para recuperar momentos poco conocidos de la historia malaguita.
Los malagueños que hoy presumen de tener hijos y nietos recordarán, como un aroma que recorre las décadas, el olor de la goma de borrar Milán y de la plastilina.
Según parece, la plastilina de nuestros días no es como la de hace 40 o 50 años. Para empezar ha aligerado su peso y el olor no es tan penetrante. En líneas generales, el lanzamiento de una pella razonable de plastilina a la cabeza del nene rival ya no provoca chichones del tamaño del Peñón de los Enamorados.
Como ya nos demuestran los niños, la plastilina puede ser una expresión artística de primer nivel pero además, un instrumento educativo.
Esto es lo que han conseguido, una vez más, los genios del colectivo Plastiart, que después de mostrarnos una Historia de la Humanidad de plastilina, ahora se atreven con la pequeña historia de Málaga en 20 magníficas escenas.
Se trata de una de las exposiciones más concurridas que ha recibido la sala del Archivo Municipal, en la Alameda Principal. El éxito se puede explicar por un lado por el maravilloso trabajo de estos artistas y por otro, por el asesoramiento del académico y escritor Manuel Olmedo.
El resultado son 20 estampas de la historia de Málaga que abordan los tópicos de nuestra evolución con gracia e ironía y que rescatan muchos momentos olvidados como el desbordamiento del río Guadalmedina en el siglo XVII o el lanzamiento de esa primera piedra extraída del monte Gibralfaro para, en el siglo XV, comenzar a levantar a la altura del actual Hospital Noble el primer muelle del puerto.
Hay otro momento también poco conocido, un incidente de protocolo en el siglo XVII, coincidiendo con la visita de Felipe IV a Málaga. Este rey tan velazqueño estuvo acompañado por el conde duque de Olivares. Al parecer, el corregidor de Málaga ofreció al monarca las llaves de la ciudad en sus manos desnudas, un detalle que ofendió al valido, quien montó el numerito.
Las figuras de plastilina captan a la perfección la cara de desconcierto del corregidor malaguita, el gesto de soberbia de don Gaspar y la expresión ida, algo bobalicona, del Habsburgo.
La exposición también es una buena ocasión para reivindicar figuras que solo ahora empiezan a contar con el reconocimiento que se merecen. Es el caso de Bernardo de Gálvez, al que vemos en una composición alegórica, montado a caballo junto a un mapa de la bahía de Pensacola, a la que acaba de entrar él solito para barrer a los ingleses. Y tampoco falta Antonio Ramos, el hombre que comenzó tallando capiteles en la Catedral, cuando tenía 20 años y que finalizó siendo durante 30 años el maestro mayor de esta obra desgraciadamente inconclusa.
Por todas estas razones, y por la maestría y la gracia fina con la que estos genios de la plastilina han recorrido 2.500 de historia malaguita –desde los fenicios hasta las obras del Metro– no hay que perderse esta muestra. Hasta el 20 de julio.
Los adultos tenemos que ser de malvados como los niños pequeños con la mente adulta
La pura verdad es no mentir. Las apariencias engañosas. Nos hacen creer cosas que no son. Cristo si volviese no le rendirian honores y lo matarían esos los que adoran las figuras de la procesión.