La plaza de la Merced, donde se puso coto a las terrazas de bares y restaurantes gracias a los vecinos, es un ejemplo de cómo aprovechar bien el espacio público
Alertaba en estas mismas páginas un arquitecto malagueño, hace unos días, del serio riesgo de que el Centro de Málaga se convierta en un parque temático. El agobiante crecimiento de la hostelería es proporcional al mosqueo de los vecinos que todavía resisten en el Centro Histórico igual que los últimos de Filipinas –entre los que por cierto hubo un soldado malagueño–.
Porque hay que tener mucho amor al Centro o un presente económico nada bucólico para convivir a diario con esta sobreexplotación turística y hostelera que, poco a poco, se impone en el casco antiguo como lo más normal del mundo.
¿Cómo vivir del turismo, la única industria que de veras funciona en Málaga, sin convertir esta ciudad en un remedo de la bella, masificada e insoportable ciudad de Venecia?
Una de las claves, no la única, nos la aporta la plaza de la Merced. Como sabrán, la intención del Ayuntamiento al reformar la plaza era, entre otras cosas, dar vía libre a la instalación de terrazas en tan simbólico espacio.
Los vecinos del Centro se plantaron y lograron que esta posibilidad se quedara en eso. En la actualidad las terrazas de bares y restaurantes rodean la plaza de la Merced pero no la colonizan. Permanece en líneas generales como se la encontró el pequeño Pablo Ruiz Picasso, aunque por suerte para él, durante su infancia no quedó traumatizado por esos dos egregios ejemplos de arquitectura basura malaguita que son los edificios Pertika (sobre la demolida iglesia de la Merced) y el del cine Astoria.
La ausencia de mesas y sillas, de gin tonics de diseño y tapas con emulsiones ha sido una liberadora excepción en el Centro de Málaga. La plaza de la Merced se ha convertido en una plaza con un índice de ocupación tan alto como el de la Constitución, con la ventaja de que no se celebran tantos chiringuitos de todo tipo como en esta.
Aunque parezca raro describirlo, los malagueños y visitantes se sientan en los bancos que rodean el obelisco a Torrijos a tomar el sol, leer y descansar sin recibir publicidad de menús de establecimientos vecinos o músicos callejeros, en un espacio amplio y despejado, revestido estos días por el cerro de hojas de las jacarandas.
La única acumulación importante de personas que se observa es la que rodea el monumento a Picasso, a espaldas de su casa natal. Los turistas suelen aguardar expectantes a que el guía termine de hablar antes de lanzarse a por la escultura del pintor. La semana pasada una turista japonesa rodeaba sonriente por el cuello a Picasso como si fuera una conquista más del malagueño. O de ella.
Junto con la plaza picassiana, el saber popular-televisivo también nos proporciona un camino a seguir. Ante el riesgo de que todo el Centro de Málaga sea la desbordada terraza de un bar de tapas, ahí tenemos a ese joven portero de finca, curtido por la experiencia, que clamaba por la sensatez a su manera: «Un poquito de por favor».
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¡Gracias por el post compañero!