El enciclopedista francés defendió hace tres siglos el honrado comercio de libros frente a las falsificaciones. No está de más recordarlo en estos días de libros y palmeras
Si hay alguien olvidado en la Literatura –y no hablamos de Espartaco Santoni, que escribió unas memorias justamente olvidadas– ese es Denis Diderot. A Diderot sólo se le conoce por la enciclopedia, como a Álvarez, y eso es una tremenda injusticia.
El problema es que Diderot perteneció a la Ilustración radical, fue una nota disonante dentro de ese movimiento; en cierto modo lo mismo que Celia Villalobos en su partido. A Diderot lo metieron en el mismo saco que el barón d´Holbach, de quien nadie se acuerda y Hume, el filósofo inglés que todavía se estudia en el colegio, si es que aun sobrevive la enseñanza de la Filosofía, claro.
Al parecer, eran tan radicales en sus postulados que hasta asustaron a Robespierre, que no era precisamente una monja antequerana. Y sin embargo, Diderot tiene obras muy interesantes. En una de ellas, reeditada hace bien poco, habla de los libros. En concreto sobre su comercio. Fue un encargo de los libreros parisinos para que el enciclopedista les defendiera de las falsificaciones, pero también de la censura.
En nuestros días la censura se estila poco, salvo cuando algún plumilla incordia a un político. Los libros, por contra, suelen ser libres como el viento, pero cada día se estila más su almacenamiento y distribución en cómodos pendrive, hacinados junto a miles de textos que forman una biblioteca tan diversa que roza el esperpento, porque pirateados como están estas obras digitales, puedes encontrarte a Javier Marías junto a Pío Moa o a Almudena Grandes al lado de un libro sobre cómo triunfar en los negocios vendiendo libros como ese.
En resumen, una zarzuela de saberes, generalmente tan inmensa que el poseedor del lápiz digital tardará varias generaciones en leerlo, siempre que no se salte páginas.
Aunque esto no lo parezca, se trata de un alegato a favor de la Feria del Libro de Málaga, que estos días ofrece sus tesoros en el Muelle Uno. Al fin y al cabo, toda crónica que se precie debe llevar alguna referencia culta o cuando menos una cita. Aquí va una: «Los errores pasan, solo la verdad permanece» (Diderot).
Resulta alentador que el Palmeral de las Sorpresas sea por unos días el Palmeral de los Libros. Desde el punto de vista empírico, como le gustaría al francés, la Feria del Libro es mucho más gratificante que la de Agosto. Ya solo el que no se lleven los sombreros de gánster –esos negros que algunos lucen en la cabeza con tres tallas menos y ladeados– es un importante punto a favor de la librería portuaria.
Otra ventaja es que no te asaltan a traición grupos de folclore y el olor suave y evocador del papel en nada se parece a ese efluvio alcohólico que emana del suelo del Centro a partir de las 4 de la tarde. Sin menospreciar la Feria de Agosto, la Feria de Libro ejerce una influencia muy beneficiosa en el organismo porque depara vivencias e ideas ajenas. Concluyamos con otra cita: «El que os da una idea os aumenta la vida y dilata la realidad en torno vuestro» (Ortega y Gasset). Pongamos rumbo a los libros del puerto.