Los dos filósofos, sobre todo la veleña, aparecen de forma profusa en homenajes y discursos oficiales en cuanto glorias locales pero muy pocos han leído sus libros
Los textos clásicos nos llegan, en muchas ocasiones, como restos de un naufragio a la playa. De Aristóteles parece que lo que sobrevive en realidad son los apuntes de clase de sus alumnos y la mayoría de la producción aristotélica se ha perdido, mientras que a Sócrates sólo lo conocemos a través de lo que su discípulo Platón tuvo a bien reflejar en sus libros.
Ocurre algo por el estilo con una gloria local que también es universal, el judío Salomón Ben o ibn Gabirol. Resulta que de su obra más famosa, La fuente de la vida, se perdió el original en árabe y sólo contamos con la traducción medieval en latín.
Gabirol, junto con María Zambrano, comparte además una incómoda posición en cuanto glorias locales-nacionales: son dos pensadores citados cientos de veces, sobre todo en discursos políticos y homenajes –bastante más la veleña– pero muy pocos han leído sus libros.
Se han convertido, eso sí, en lugares comunes a la hora de glosar las virtudes de nuestra provincia y echar mano de personajes prominentes.
Tanto María Zambrano como Ben Gabirol escriben de una forma bellísima, son filósofos de una enorme sensibilidad poética, una mezcla también muy presente en otro filósofo español semidesconocido, George Santayana, y como es lógico, no es algo digerible para todos los estómagos. Ahí quizás radique el que sean tan populares como ignota es en general su obra, pese a los esfuerzos loables por difundir su pensamiento.
Esta reflexión tan libresca en una semana tan librera surgió ayer al pasar hacia las 9 de la mañana por la calle Alcazabilla. En los antiguos jardines de Ben Gabirol funcionaban a pleno rendimiento los aspersores y el filósofo recibía una necesaria sesión de limpieza.
Hay cierta conexión entre el estado actual del monumento, sucio y embarrado por no tener pedestal, y la atormentada vida del pensador malagueño. Huérfano de padre y madre a los 12 años, obligado a ser un judío errante por la turbulenta situación política de Al Andalus, soportó durante toda su vida las burlas de su entorno por lo que parece una tuberculosis de la piel, que le hizo convivir con dolorosas pústulas que cubrían su cuerpo.
Y ahí tenemos a Ibn Gabirol convertido en estatua con su parte inferior perennemente polvorienta, sólo atendido de vez en cuando por los aspersores municipales. Para desagraviarlo habría que leerlo más. O leerlo sin más.
El palacio
Por este periódico hemos sabido que Vladimir Putin podría estar haciéndose una casa en Benahavís. Desde luego, contemplada a vista de pájaro las dimensiones desaforadas de la mansión coinciden metro a metro con su ego.
Confiemos en que este ejemplar demócrata, si alguna vez recala en la Costa del Sol, lo haga ya con la razón política felizmente recobrada. El mundo civilizado lo agradecerá.
Sin duda, leerlo. Como tú dices, Alfonso : leerlo sin mas.
Y tanto en María Zambrano como en Salomón ben Gabirol más de un lector va a toparse con ideas y puntos de vista que, sobre tener ese sello que da la universalidad del pensar, conservan un frescor y un modo de actualidad no muy frecuente.
Es un caso hasta cierto punto similar al de tantos otros malagueños (o personas que han pasado por Málaga en plena actividad intelectual) que están como olvidados en «un beato sillón», (que diría don Jorge Guillén : éste, no hablando de olvido, sino de sus propias lecturas).
Gracias por tus escritos : los de creación y los que versan sobre nuestra ciudad.