En los años 20 del siglo pasado se produjeron decisiones municipales que todavía marcan la ciudad de nuestros días. Se abrió al tráfico rodado la Alameda Principal, que dejó de ser un tranquilo paseo para los malagueños; se colocaron las primeras papeleras y se abrió la calle Alcazabilla, hoy, afortunadamente, sin el castigo del tráfico rodado.
A mediados de los años 20 también llegaron al Parque de Málaga las primeras palomas, de las que desciende la marabunta actual. Como alguna vez hemos contado en esta sección, las autoridades malagueñas copiaron a las sevillanas, pues poco antes de la Exposición Iberoamericana, llenaron de palomas el lustroso parque de María Luisa. Las autoridades de Sevilla, a su vez, copiaron a las de Venecia, ya que las palomas se habían convertido en uno de los principales atractivo de la plaza de San Marcos.
Casi 90 años después de esta llegada palomar a Málaga, las aves son vistas por el Ayuntamiento como un incordio que no deja de multiplicarse. Hace unos años se colocaron jaulas en las terrazas de la Catedral. Las palomas capturadas fueron enviadas a un palomar tierra adentro, por la Castilla de Machado.
Hoy, las economías menos pudientes crujen ante las multas municipales por dar de comer a las palomas, un entretenimiento casi prototípico que todavía tiene tirón entre algunos jubilados, muchos de los cuales no nadan en la abundancia. El Ayuntamiento se enfrenta a un dilema o al menos debería verlo como tal pues la aplicación de la ley en casos como este debería tener sus gradaciones, con el fin de que dar de comer a las palomas no se convierta, para el multado, en una verdadera tragedia económica en su vida.
Mamífero contra poeta
Hay que recordar aquí el esfuerzo de la asociación de vecinos del Palo por reconvertir el viejo y cascado paseo marítimo del Palo en un paseo dedicado a la Generación del 27. Hay que recordar que el Ayuntamiento finalmente accedió, así que hay placas con versos por todo el paseo, y la playa del Deo acaba con un precioso y original monumento a Emilio Prados, el poeta que enseñó a leer a los marengos de la playa.
Todo este esfuerzo no ha sido suficientemente valorado por un anónimo mamífero que ha ensuciado el monumento con una pintada de protesta acerca de los olores de la vecina estación de bombeo, junto al arroyo Gálica.
En concreto en el grácil monumento a Emilio Prados, en el que hay perfilados una jábega y su rostro puede leerse: «Esta bombeadora es una mierda, huele que te cagas. Guarra». Y este último y rotundo adjetivo, a tamaño hollywoodiense.
Cualquier razón que pueda tener el autor de este agudo pensamiento queda invalidada por la forma vandálica que ha elegido para expresarla. La ira mal dirigida termina costando dinero público. El de todos.