En los últimos cuatro años el entorno selvático del Instituto Martín de Aldehuela y el puente del acueducto de San Telmo han mejorado bastante
En el año 2010 la sección Línea Directa de este periódico recogió las quejas de los padres de alumnos del Instituto Martín de Aldehuela, en Ciudad Jardín.
Todavía por entonces el centro escolar daba la impresión de que había sido depositado por una nave extraterrestre en mitad del campo y ahí seguía, dejado a su suerte. Es inexplicable cómo el programa de Íker Jiménez no dio cuenta del suceso.
Los alumnos entraban y salían por un descampado repleto de matojos, con el peligroso cauce sin embovedar del arroyo Quintana a muy pocos metros. Y lo cierto es que, al mes siguiente de la denuncia, el Consistorio eliminó el exceso de matas y se dispuso a hacer una acera. Los alumnos ya no necesitan de zancos cuando la zona se convierte en un barrizal.
En estos últimos cuatro años la zona ha mejorado bastante, habida cuenta de que sigue siendo, prácticamente, pleno campo. Pero por ejemplo, esta misma semana, trabajadores municipales arreglaban el camino de tierra que utilizan muchos colegiales para subir al barrio vecino de Cortijillo Bazán, una cuesta que ríase usted del Tour de Francia.
Pero quizás lo que se encuentra en un estado bastante esperanzador es el famoso puente de Quintana o de los Once Ojos, una de las obras más espectaculares del Acueducto de San Telmo –el instituto se llama Martín de Aldehuela en honor de su autor–.
Pese a que fue restaurado por entonces por unos 600.000 euros, un grupo de mamíferos ungulados se había dedicado a llenarlo de pintadas. Más bien a atiborrarlo. En la mayoría de los casos, pintadas de autoafirmación adolescente con los nombres de todos los que incurrían en un delito contra el patrimonio.
El índice de mamíferos recogido en esta preciosa obra del XVIII ha bajado de forma considerable y sólo quedan ténues trazos de los actos vandálicos más llamativos.
Restan, eso sí, pintadas, pero la más llamativa de todas se ha realizado en uno de los vanos tapados del puente, lo que es un mal menor.
Se repiten, eso sí, los nombres de tres de estas supuestas insensibles con el patrimonio en dos pintadas: Laura, Míriam y Alejandra, que incluso en una de ellas aportan sus primeros apellidos y hasta la fecha de ejecución del acto vandálico, el 27 de junio de 2013. Si son las autoras, aún están a tiempo de recuperar el buen camino y llevar una vida mucho más rica y satisfactoria, sin contar lo que se ahorrarán en sprays.
Algunos de los autores de las pintadas, en cualquier caso, tienen por delante un arduo camino de mejora personal y perfeccionamiento. Es lo que se deduce observando una pintada con un número de móvil y debajo, el supuesto propietario del teléfono, calificado de forma escueta como jilipolla (sic). El consuelo que nos queda es que la burricie se puede curar. Retirar las pintadas en un Bien de Interés Cultural cuestan un poco más.