Un edificio que contemplan miles de conductores por el falso túnel de Carlos Haya reúne un buen puñado de influencias artísticas de casi todo el orbe
¿Qué es el Arte?, podemos darle las vueltas que queramos a la pregunta e intentar ser lo más tolerantes posibles pero siempre aparecerán ante nuestros ojos expresiones artísticas que nos dejarán sorprendidos, anonadados y puede que con un incipiente dolor de cabeza. Muchos conductores tienen esos síntomas en cuanto llegan a Torremolinos y contemplan en una rotonda el soberbio monumento al Turista.
Como muchos adivinan, se trata de esa especie de columna de Trajano sobre la que descansa una mujer en cueros y a sus pies, un compendio del arte occidental y oriental, desde Egipto a Micenas, desde Santurce a Bilbao pasando por Marina D´Or, ciudad de vacaciones.
Ocurre lo mismo con muchas de las fuentes públicas de esta ciudad vecina que, sin alcanzar los logros artísticos de las fuentes de Roma, producen en quienes las contemplan un bulle-bulle interior que algunos, una afortunada minoría, interpretan como un deslumbramiento artístico y la mayoría como desórdenes gástricos.
Es complicado esto del Arte, y haríamos bien en abandonar la cerrazón que, por ejemplo, nos lleva a interpretar una cama sucia y desordenada de la artista británica Tracy Emin –se exhibió hace pocos años en el CAC– como una cama sucia y desordenada.
Para redimirnos de nuestros prejuicios, tenemos una oportunidad de oro en un extremo del Camino de Antequera, en la calle Juan Bautista Maury. Se trata de una casa que miles de conductores contemplan de forma fugaz –aunque imborrable– cuando se acercan al falso túnel de Carlos Haya.
Es una señora mansión sobre la que un servidor ha escuchado múltiples historias: que si es un polvero, que si es el muestrario de una casa de azulejos en la que no vive nadie. El caso es que la casa tiene telefonillo con pisos y una cartera de la zona informado de que sí, que ahí vive gente.
También en esta vivienda encontramos un juego de espejos en su prodigiosa fachada en la que se dan cita todas las influencias artísticas posibles.
El espectador podrá localizar ramalazos –cierto que esos que te suelen dar en los ojos al atravesar un bosque– de las casas vienesas de Otto Wagner; ecos de estupas budistas; de atardeceres en Bali e incluso de la columnata de la plaza de San Pedro en el Vaticano. No está muy claro qué ha pretendido su autor, salvo homenajear al arte mundial y si posáramos este edificio en la India, también podría recordarnos al templo dorado de los sijs.
Y si desde la carretera se aprecia muy bien su majestuosidad, en su calle apreciamos detalles como la imagen de un popular Cristo malagueño en el frontispicio de entrada para coches y en un lateral, dos enormes paneles de cerámica con ángeles, hadas y el mismísimo dios Neptuno.
A mí me encantaría poder disfrutar a fondo de esta expresión artística pero de momento me pasa lo mismo que con la famosa cama de Tracy Emin, que no veo más allá de mis narices. Paciencia. El Arte llegará.