En los 80 se inauguró una espantosa escultura homenaje a Picasso, luego vino el proyecto colosal del puerto. Picasso está más a gusto en la plaza de la Merced
Las fotógrafos que consiguieron retratar al Picasso íntimo, al abuelo feliz y creativo en su mansión del sur de Francia, nos muestran a un artista extrovertido, capaz de disfrazarse de cualquier cosa o de ponerse a bailar casi en paños menores, sin sentido alguno del ridículo.
Un testigo imparcial malaguita sentenciaría que Picasso estaba loco perdío y que, sin negar su genialidad, entraba de lleno en la categoría antropológica local de majarón. Cierto, un majara genial y transgresor que estaría muy a gusto con su actual emplazamiento, convertido en estatua en la plaza de la Merced.
Hubo una escultura anterior en homenaje a Picasso en tiempos del alcalde Pedro Aparicio. Estaba situada cerca del restaurante Antonio Martín y daba la impresión de ser un objeto sometido a una cocción acelerada. ¿Habría disfrutado don Pablo con este homenaje? Hay serias dudas. Los malagueños en general no recibieron con lágrimas de emoción esta expresión artística.
En 2008, cuando todavía se esparcía al viento el dinero público, nuestro Ayuntamiento consignó un millón de euros para levantar una escultura de Picasso en el puerto. ¿Se acuerdan? La idea era aprovechar alguna de las maquetas que el artista hizo de esculturas al aire libre para reproducir una de ellas, previo acuerdo con la familia. El Consistorio iba a colocarla junto a la estación marítima y se calculaba que tendría unos 20 metros de altura.
Pero todo esto seguro que es leche y habas para Picasso, que estará disfrutando como un niño con su escultura sedente en un banquito de la plaza la Merced.
Estos días se produce un aluvión de visitas de alumnos de Primaria al Centro. Se ve que los profesores no pueden más a estas alturas del curso y optan por orear a los niños. Así que pueden verse auténticas trombas de nenes avalanzándose como hunos sobre la estatua de Picasso, en cuanto la profesora ha acabado de presentárselo como su genial paisano.
Los niños no se cortan ante el mejor pintor del siglo XX, le meten los dedos en la nariz, le palpan la calva como si fuera una pelota de baloncesto y ellos los Globetroters y hasta una niña trataba de marcarle la línea de los ojos hace dos días. Acérquense a ver la obra –inaugurada en 2008 y de la que es autor Francisco López Hernández– y verán cómo la pátina del bronce ha dejado su huella aceitunada en las anchas espaldas del pintor, pero también en la calva, la nariz, las manos y casi todo su cuerpo serrano.
La gente admira y quiere a Picasso y eso se nota en la escultura. Ayer, al mediodía, permanecía callada y expectante mientras se lo pasaba en grande viendo a una patulea de niños en pleno recreo en la plaza de la Merced. Las mochilas estaban tiradas por todos lados, los niños correteaban con más ganas que en Carros de fuego y uno de los nenes trataba de trepar por la verja del obelisco a Torrijos sin complejos.
Y uno observa este jolgorio, luego echa un vistazo al Picasso sentado y resulta que luce un asomo de sonrisa como la que ahoga una carcajada. Ya me dirán si esto no es mejor que cualquier estatua-hito de 20 metros de altura más cara que un riñón. Además, miren cómo terminó el Coloso de Rodas.
Yo que soy hombre viejo, pero malagueño nuevo; paseo por el centro y en mi visita a la plaza de la Merced, cada vez que puedo y los niños me dejan, me siento un rato junto a Picasso. Sí, la pátina dejada en su cuerpo por los niños le dan un áurea especial. El problema está, según mi opinión, cuando unos gamberros, en sábado, a ojos de todo el mundo, lo quitaron de su sitio. Y, hasta lo que yo sé; nadie, ni políticos, ni periodistas (Aquí, incluso se hizo un blogging haciendo chiste del asunto), ni instituciones defensoras del patrimonio denunciaron el atropello. Y esto, la verdad, huele a podrido hasta en Dinamarca.