El crecimiento económico se ha detenido, no así el vegetal, por eso el ficus de la plaza de San Pedro Alcántara se expande por los cascarones de la plaza del Teatro
Hace 75 años, el escritor norteamericano Thomas Wolfe escribió un cuentecito con más mala baba que un tártaro titulado en español Especulación. El cuento, ambientado poco antes del crack de 1929, narra la sorpresa de un joven profesor universitario al comprobar que su plácido pueblecito se ha visto invadido de grúas y ávidos promotores inmobiliarios mientras los precios de los terrenos se duplican y triplican en cuestión de horas.
Poblado de horteras súbitamente enriquecidos y madres ávidas de dinero fácil, al final el único terreno del pueblo que queda sin vender y revender es el cementerio.
En Especulación, Thomas Wolfe describió sin saberlo el mismo espectáculo degradante que se cerniría sobre España en la primera década del siglo XXI, cuando en nuestro país las promotoras e inmobiliarias hacían y deshacían a su antojo gracias a unas leyes y planeamientos urbanísticos escandalosamente permisivos y a ciertos políticos en caída libre en el plano moral y educativo.
Tras la catástrofe la provincia de Málaga, puntal de esta política suicida de fomento del nuevo rico (nuestro legendario y autóctono merdellón), se ha visto rodeada de miles de pisos vacíos y urbanizaciones fantasma.
El Centro Histórico no se ha librado de esta lacra y quizás el ejemplo más sangrante, junto con el cascarón vacío del palacio de Solecio en la calle Granada, sea el de los dos edificios decimonónicos de la plaza del Teatro. En este sentido hay que dar gracias al clima de Málaga ya que, de encontrarse en una ciudad con un tiempo más agreste, se habría creado una laguna infecta, pues espacio hay en las obras del aparcamiento a medio hacer para que se formen las de Ruidera.
Construidos en 1851 sobre parte del convento de San Pedro Alcántara para la Casa Larios, el autor de estos dos edificios fue el arquitecto municipal Rafael Mitjana. Nada apunta a que esta promoción de viviendas de Baensa vaya a despertar de su letargo. Se cumple un año desde que los vecinos de la plaza del Teatro denunciaron en La Opinión la situación de abandono de los edificios y la poco venturosa llegada de una plaga de mosquitos.
Consciente de que no debe seguir la estela de la crisis económica y más bien ignorarla, la Naturaleza sigue su curso y resulta casi metafórico comprobar cómo, un año después de las quejas vecinales y dos del parón constructivo, el ficus de la plaza de San Pedro no se atiene a plan urbanístico alguno.
Acompañado desde hace unos días por el nuevo busto a Rockberto en la plaza de San Pedro Alcántara, el frondoso árbol ha comenzado a meter sus ramas donde no le llaman, a introducirse en las ventanas huecas y sin sentido del gigantesco cascajo.
La crisis pasará o no, la Naturaleza sigue su camino y si hace falta, ya vendrá el Ayuntamiento a podar los brotes verdes.
Sol y banderas
Hoy, Día de la Constitución, el Consistorio tenía previsto sustituir la bandera rosigualda de la plaza de la Constitución por una enseña rojigualda, es decir, sin el desgaste del sol.
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