Cazadores del Paleolítico en el Jardín de los Monos

4 Dic

Cuatro años después de que el Ayuntamiento reparara y repusiera la mayoría de estatuas de niños del jardín, ya han desaparecido dos de ellas

En un reciente libro el profesor de Historia de la Religión, el alemán Walter Burket, relaciona los ritos de sacrificio y los mitos de la antigua Grecia con los ritos de los cazadores del Paleolítico.

Esto que suena tan raro explicaría la presencia, en la esfera de lo sagrado, de tanta sangre como en la nueva entrega de la película Carrie. La llegada de la Agricultura fue arrinconando estos ritos de caza, que fueron perdiendo el sentido original y se transformaron en simbólicos ritos religiosos, desconectados ya del acoso y muerte al animal.

El profesor Walter debería pasarse por el antiguo Jardín de los Monos, en la Victoria, para seguir profundizando en sus teorías, extendiéndolas al fecundo campo del vandalismo malaguita. Porque, cuando nuestros congéneres-engendros atacan y arrancan de cuajo una escultura de bronce pagada con dinero público, ¿acaso no percibimos el eco milenario de esos mismos cazadores unicejos del Paleolítico que golpeaban a su pieza, la dejaban tiesa como un pajarito y luego despedazaban la carne? Estos actos vandálicos prueban que algunos especímenes de Homo sapiens de nuestra ciudad cosmopolita se resisten como gato panza arriba a la ineludible evolución humana (Del estado neardentaliense no nos moverán).

Todas estas reflexiones se justifican al dar una vuelta por el Jardín de los Monos. En mayo de 2009 el Ayuntamiento se gastó un perraje en las esculturas de niños de Marino Amaya. Inaugurado el jardín originalmente hace justo 50 años, en 1963, en este medio siglo se habían perdido o dañado 8 de las 10 esculturas originales, así que en 2009, con la presencia del veterano escultor, el Consistorio reparó dos de ellas que guardaba en unos almacenes municipales y encargó que se fundieran de nuevo otras seis, poniendo a punto este socorrido y famoso jardincito.

Cuatro años más tarde, los descendientes directos de los cazadores del Paleolítico se han agenciado dos esculturas. Una de ellas, la de un niño biznaguero, que estaba junto a una jacaranda, ha sido arrancada por algún mamífero de fuerza portentosa pero de modales poco delicados, porque por el camino se ha dejado uno de los pies del niño, lo único que ha sobrevivido de esta hazaña burra.

Más delicadeza han empleado el bestiajo o bestiajos que han hecho desaparecer la escultura de otro niño en el lateral que da a Lagunillas: sólo ha quedado el pedestal.

Fuentes municipales confirmaban ayer a esta sección el mangamiento de esta pareja de esculturas de bronce, de las que no hay copias. La única solución sería encargar al artista la fundición de las mismas figuras, ya que guarda copia de ellas. Sería la segunda vez que tendría que reponerlas, además en muy corto periodo de tiempo.

Mientras tanto, entre las obras supervivientes, la escultura de una niña maneja la mitad de un aro (la otra mitad se ha perdido) y otra niña luce con tiza naranja un símbolo fálico bastante evidente. Como se ve, estamos ante un cúmulo de ritos milenarios y símbolos de la fecundidad. No sé a qué espera el profesor Burket para examinar, fascinado como un servidor, a nuestros homínidos malaguitas. El eslabón perdido del sur de Europa.

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