Entre los distritos de la Carretera de Cádiz y la Cruz del Humilladero existe una explanada fantasma que bien pudo ser hollada por Armstrong y Aldrin
Muchos siglos antes de que Armstrong, Aldrin y compañía se dieran una vuelta por la Luna, un escritor griego más antiguo que los gorros de papel, Luciano de Samosata, se inventó un viaje al satélite de la Tierra que encontró poblado de criaturas casi tan peculiares como las del concurso Quién quiere casarse con mi hijo.
Cuando Armstrong, Aldrin y compañía pisaron la Luna, comenzó a extenderse como la pólvora una teoría majarona que planteaba, como muchos sabrán, que el alunizaje era más falso que un duro de madera y que en realidad el numerito sideral se rodó en unos estudios de cine (para completar la genialidad, el supuesto director fue Stanley Kubrick).
Durante años, un servidor consideró esta explicación una sólida memez, hasta que se dio una vuelta esta semana por un rincón de Málaga que bien pudo servir de plató natural para simular el portento. ¿El pequeño paso para el Hombre pero el gran salto para la Humanidad pudo rodarse entre los distritos de la Cruz del Humilladero y la Carretera de Cádiz? Sin duda es algo que tendrán que dilucidar Íker Jiménez y otros maestros de la ciencia ficción. Elementos hay desde luego para rodar un alunizaje perfecto, en un entorno solitario y descascarillado.
El camino más sobrecogedor para llegar a este plató malaguita parte del parque junto al colegio Hans Cristian Andersen, en la parte de la Cruz del Humilladero, al pie del puente de Juan Pablo II, uno de los pocos puentes del mundo pensado inicialmente para los coches, pero que utilizan los peatones por goleada.
Una vez pasada esta agradable zona verde, nos topamos con una tierra de nadie, un mugriento pasillo ferroviario con unas especies de pérgolas (por supuesto, sin plantas). Los cristales sucios que escoltan el pasillo permiten ver, o por lo menos presentir, el paso de los trenes entrando y saliendo del famoso soterramiento.
Deje usted atrás ese pasillo y se topará, además de con el espacio de las vías, con un horizonte fastuoso de ladrillos machacados que llega hasta la barriada de La Princesa. Un servidor ve pasar a los peatones presurosos, atravesando algo incómodos esta inmensidad para acortar camino, y no deja de pensar en esas series de forenses en las que siempre hay un paseante en mitad del desierto (el que rodea Las Vegas mayormente), que o bien la espicha o bien se topa con una pierna tiesa asomando en la arena. Toquemos madera.
Este horizonte de ladrillo machacado y botellas de plástico a las que parece que les ha caído encima un elefante de Bostwana, es lo que quedaba de la mayoría del polígono de La Princesa, cuyas naves abandonadas –algunas con personas en su interior– recordaba el ambiente nada bucólico de un videojuego. Finalmente, los promotores de la zona, a petición de la Gerencia de Urbanismo, demolieron las naves y en su lugar ha quedado este inmenso campo en el que, si nos agachamos y escrutamos el terreno, lo mismo encontramos rocas lunares. Por algo, en la Carretera de Cádiz tenemos por Santa Paula la barriada de Selene: A los ficticios habitantes de la Luna se les llamaba selenitas. Todo cuadra.
Está claro que ese humor sano y vigoroso va contigo, no sólo en tus magnificos libros, sino en cualquier artículo periodístico. El detalle del elefante de Bostwana me ha encantado, porque me recuerda a algo que fue muy sonado y que nos impresionó a todos, sobre todo para sacar chistes.