Más que un solar es un mundo con ecosistema propio, uno de los trozos de Málaga más degradados y con un relieve espectacular
La calle Postigos ha dejado en el callejero de Málaga la huella de la muralla que abrazaba la ciudad musulmana, ya en el extrarradio, y que servía para que los malagueños encerraran su ganado. Para que no quepan dudas, en la calle Postigos desemboca la callecita del Postigo de Juan Boyero, dedicada al personaje encargado de vigilar la puerta en el primer tercio del siglo XVI. Lo de Boyero no deja lugar a dudas de la vinculación ganadera del muchacho.
Y parece que en este enclave de la Cruz del Molinillo se estuviera dejando sitio –esponjar dicen los expertos– para el triunfal regreso de la vacas, toros, cabras y bueyes, tal es el asombroso aspecto de uno de los solares más grandes y abandonados de la ciudad.
A tal punto llegan sus dimensiones, que hablamos casi de un parque temático del solar malagueño, un compendio de sus escasas virtudes y muchos defectos. Asoma sus zarpas por la calle de la Cruz del Molinillo y la calle Alta, de la que ayer habló La Opinión, además de a la calle Postigos.
Un servidor ha inspeccionado los alrededores del solar pero es algo que sólo debe hacerse en el cumplimiento de algún tipo de deber, en este caso el profesional, porque las probabilidades de atrapar alguna clase de enfermedad cutánea o respiratoria no deben desecharse.
Un grupo de vecinas de la calle Alta hablaban el lunes de «enjambres» de ratas saliendo de este solar infecto en el que sólo automovilistas inconscientes se atreven a aparcar y que precisamente en ese lado está abierto. Una montaña de porquería que da a esta calle estaba ayer guarda por un gato adormilado. Detrás, una selva impenetrable entre escombros.
El panorama se vuelve igual de inquietante e irrespirable en la parte que da a la Cruz del Molinillo, donde se acumula una montaña prodigiosa de latas y cajas que recuerda a los peores tiempos del patio de la Antigua Prisión Provincial, donde a un grupo de tertulianos, justo en la esquina de la antigua cárcel, les dio por acumular latas de cerveza por medio de un gancho del cielo baloncestístico.
Pero lo que provoca más repelús es tratar de subir las gastadísimas escaleras de la calle Postigos, que comunicaban con una desaparecida hilera de casas. La escalera, prueba de que estamos en las estribaciones del Ejido, se corta por un muro y en realidad el paseante tiene que estar más atento al suelo que al paisaje, porque abundan los restos de comida para gatos y también las deposiciones de muy variados agentes. Cuando el desdichado curioso llega al muro, se topará con este imponente solar que exhibe un precioso repliegue geológico, lástima que cuajadito de porquería.
No me digan que con la instalación de una buena chorraera no se lograría un magnífico parque temático del solar malaguita con todos sus elementos: gatos, ratas, paisaje selvático, escombros, cartones, latas y un inefable aroma que en Málaga –ciudad que salvo por su clase política no se anda con eufemismos– se conoce como mierda retetiná (ustedes disculpen, pero es la cruda realidad).