Uno de los grandes éxitos del pensamiento políticamente memo es haber aupado las palabras joven y juventud y desterrado tanto viejo como vejez
El lenguaje políticamente correcto lleva muchos años moldeando nuestras conciencias, con el objetivo de convertirnos en individuos mojigatos, amantes de los circunloquios y que huyen del español expresado de forma clara.
Sin que muchas veces nos demos cuenta, la aparición cada vez más frecuente de políticos con un nivel cultural discreto está acelerando, gracias también a los medios de comunicación, la popularización de este lenguaje que tanto nos empobrece porque limita nuestra forma de expresarnos, fomentando el temor a herir los sentimientos de todo tipo de colectivos hasta extremos ridículos.
Uno de los triunfos más grandes de este lenguaje engañosamente correcto, sustentado muchas veces en la hipocresía, lo pudimos ver en la pasada celebración del Día Internacional del Mayor, que también tuvo lugar en Málaga.
Por desgracia, no hay una expresión más políticamente correcta que «mayor» y esto se debe a que décadas de bombardeo televisivo han conseguido elevar a la cúspide de la relevancia social el concepto de juventud.
La juventud, nos trasladan los anuncios, es lo positivo y lo que deben perseguir millones de personas, aunque sea algo que a todos se nos va con el paso de los años. Pero no importa lo carcamal que uno se vuelva, tampoco la experiencia ni los conocimientos que adquiera. Lo que más se valora en el mundo actual es ser o parecer joven, un concepto que va de la mano con cierto infantilismo, también muy valorado en nuestros días.
La sobrevaloración de lo joven ha conseguido mandar al destierro las palabras vejez y viejo, antes tan respetadas e incluso rodeadas de un merecido halo de prestigio.
En el universo políticamente memo de España hay miles de organismos y concejalías de la Juventud o de los Jóvenes, pero será complicado localizar alguna entidad que tenga el valor de anunciarse como Instituto de la Vejez o algún Ayuntamiento con la osadía de celebrar el Día de los Viejos. Los políticos lo tienen claro: igual que muy pronto no se podrá decir «negro» pero sí «blanco»; joven, sí; viejo, no. Prefieren sustituirlo por un eufemismo amable y etéreo: mayor. La memez política ha triunfado.
Y no ocurre sólo con los viejos, hace años una preocupada dirigente me pidió por favor que no hablara de «los sordos», sino de las «personas sordas». Y eso que le aseguré que, en la categoría de sordo a la que me iba a referir en el artículo, se daba por hecho que eran seres humanos y no aves o alienígenas. Según su punto de vista, tanto a Goya como a Beethoven habría que llamarlos «personas sordas geniales» y Luis Buñuel sería «la persona sorda de Calanda». Tremendo.
Si un servidor consigue llegar a la vejez –lo que uno considera a partir de los 65 años– pedirá encarecidamente a su entorno que no se refieran a uno como «mayor» sino como «viejo» y a mucha honra. Querer enmascarar una etapa tan digna de la vida como la vejez con los mayores o la tercera edad (nunca se habla de las otras dos edades) son eufemismos que convierten en negativo algo tan preciado como lo viejo.