Como la Manquita, el túnel más revolucionario de la ciudad continúa desde su inauguración sin solución alguna para aminorar el ruido estridente
Hace unas semanas, La Opinión se hizo eco de los 15 años del inicio de las obras del túnel de la Alcazaba, un proyecto del académico de San Telmo Manuel Olmedo, que en los años 80, cuando lo exponía, era tratado de majarón perdío, aunque con mucho tacto.
Sin embargo, con la llegada del PP en 1995, el nuevo gerente de Urbanismo, el desaparecido Francisco Merino, recogió el guante y convenció a la alcaldesa Celia Villalobos para poner manos a la obra. Si usted se pasa por la galería de alcaldes del Ayuntamiento verá que la alcaldesa popular posa junto al túnel de la Alcazaba. Sin duda fue lo más sonado de su mandato, junto a su sonada personalidad.
Recorriéndolo esta semana, lo primero que uno detecta es que cada día se parece más a la Catedral de Málaga. Habrá que explicarse: el túnel de la Alcazaba, como la Manquita, está inconcluso. En el caso del túnel, la empresa constructora dio en su día un golpe en la mesa con la idea de cobrar un potosí por una obra cuyo precio había quedado más que acotado. A este subida sorpresa del presupuesto se opuso algún técnico de Urbanismo con firmeza, gracias al cual el presupuesto no se disparó de forma injustificada y la comunicación entre la plaza de la Merced y el paseo de Reding pudo ser, por fin, una realidad, sin que hubiera que empeñar riñón alguno.
Lo único que no se ha colocado todavía, y han pasado 15 años desde el comienzo de las obras, es algún tipo de panel o revestimiento que aminore el efecto tambor del túnel, y habría que añadir, tambor de Calanda, porque el ruido para los peatones es difícilmente soportable. Más de un guiri lo cruza tapándose los oídos y como si pasara por el purgatorio. Las pretensiones careras de la constructora se llevaron por delante soluciones técnicas para aminorar el ruido y así seguimos.
Así que uno ya se está oliendo el percal: dentro de cien años, las próximas generaciones no sólo puede que sigan defendiendo una desdichada Catedral inacabada y sin tejado sino que también meterán en el saco el túnel de la Alcazaba, resaltando que debe seguir sin paneles que absorban el ruido, como toque castizo de esa perdida Málaga bravía.
Con este panorama el túnel se ha convertido para muchos conductores –sobre todo para motoristas y acompañantes en fase temprana de homínidos prensadores– en el escenario perfecto para lanzar un berrido atronador que transmita zozobra a los encogidos corazones de quienes van a pie.
Raro es el trayecto en el que no suena este aullido que entronca con el pasado más remoto, cuando nuestros ancestros emitían sonidos guturales para comunicarse o asustar al enemigo. En época de crisis pedir que completen el túnel con este toque final es pedir peras al olmo.
Lo inquietante será comprobar cómo, cuando la situación económica mejore, este reparador túnel seguirá armando bulla. ¿Han visto a algún cargo público cruzarlo a pie a menudo? Saquen entonces sus conclusiones. Blanco y en botella.