Monte Gibralfaro:paraíso de los botellones

2 Ago

Iniciado el mes de agosto, el Ayuntamiento tiene este cerro hecho unos zorros. El rastro de vasos y botellas acompaña a los turistas en su triste subida

Si una desdichada rima acompaña a la ciudad de Albacete desde tiempos inmemoriales, mermando los pilares de la hostelería, que siempre busca pernoctaciones prolongadas, el Monte Gibralfaro se va a ganar un pareado relacionado con su exitosa conversión en reducto del botellón.

Ayer, 1 de agosto, comienzo de la temporada altísima, cuando la ciudad tiene que estar reluciente al menos en sus principales reclamos turísticos, dan ganas de tapar el Monte Gibralfaro con una manta zamorana y ocultarlo de la vista durante todo el mes, para que el bochorno se quede entre los malagueños y así, los turistas que toman la calle Mundo Nuevo no se topen con esta exhibición de un grupo de mamíferos beodos, incapaces de recoger todo lo que expelen.

Los viernes por la noche son perfectamente detectables, suben en grupos esta calle y se internan en el Monte Gibralfaro cargados de bolsas de plástico (dentro no guardan con esmero las obras completas de Ortega y Gasset).

El Ayuntamiento desterró hace relativamente poco el espectáculo tercermundista de los coches aparcando cerro arriba. Nada más pasar la barrera colocada para evitar la subida de los coches, la pareja de turistas que caminaba delante de este firmante echó un vistazo al monte, a la derecha, y descubrió un reguero de bolsas y botellas. Se trata de la primera protuberancia de Gibralfaro por Mundo Nuevo, esa temprana estribación que, justo en la primera curva, ofrece un pequeño sendero.

Si van subiendo por él descubrían un maravilloso templo del botellón por el que, en el momento de la visita, trepa un humilde camaleón, tan indignado por este paisaje de abandono que le falta poco para camuflarse en un encendido rojo-ira.

El cerro está cuajado de botellas, plásticos y cartones pegados a los pinos para que los botelloneros puedan paladear con calma la cogorza. Lo más preocupante es el número de luces titilantes que refulgen como si estuviéramos en el Mar de Alborán. Son los cientos de cristales rotos procedentes de botellas previamente vaciadas. Si nuestras autoridades buscan algún sitio con riesgo preocupante de incendio, aquí tiene este céntrico rincón.

Si proseguimos el ascenso sigue el rastro de botellas, que podemos encontrar incluso a los pies de la coracha terrestre, el camino amurallado que une la Alcazaba con el castillo y que la asociación Zegrí lleva años pidiendo que se abra para facilitar la visita a los turistas que pretenden ver los dos monumentos.

El retorno a la calle Mundo Nuevo, que se adentra por el Monte hasta enlazar con el llamado Camino de Gibralfaro es igual de descorazonador. A la izquierda, en las barranqueras, continúa el desfile de bolsas, vasos y botellas. Esto no es el resultado de la juerga del siglo celebrada el pasado fin de semana, estos son muchas semanas sin una limpieza a fondo del Monte.

Estamos en agosto, nos visitan más turistas que nunca y aparte de que los homínidos que se permiten el lujo de ensuciar y poner en riesgo Gibralfaro den vergüenza ajena, también alarma el cuajo municipal.

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