Un grupo de vecinos denuncia que al anochecer, en este parque se realizan prácticas dignas del servicio público: el de señoras y caballeros de los bares
El Parque Huelin luce precioso estos días próximos al ferragosto. El problema es que, según varios vecinos consultados, cambia tanto de aspecto como el doctor Jeckyll. Digamos que su transformación es de la noche al día, siendo las horas más oscuras cuando esta zona verde se emplea con más ahínco no sólo como dormitorio sino, aquí viene lo inquietante, como váter público.
Las descripciones de los vecinos son escabrosas e impactantes. Digamos, para suavizarlas, que hay usuarios que utilizan una hermosa rocalla junto a un palomar como aliviadero del vientre, sin olvidar quienes imitan a los perros cuando ven un árbol y dejan su marca personal, mientras que la laguna y alguan fuente son empleadas por algunas mujeres para lavarse sus partes (bajas).
Resulta curioso este retorno al pasado porque, como muchos sabrán, para estos menesteres se utilizaba la zona más próxima al Club Mediterráneo en la Malagueta, conocida en tiempos de Maricastaña como la playa del lavachochos. Que el parque de Huelin haya recogido este dudoso testigo debería mover a reflexión. De hecho, son muchos los vecinos que piden directamente que se valle y que se le ponga un horario, como otros parques de Málaga.
Por la mañana temprano lo único que se aprecia es a alguna gente durmiendo en cartones y cerca del busto de José María Martín Carpena, un árbol del que cuelgan varias ropas. El sol intenso parece que retrae a quienes ven el Parque Huelin como un enorme urinario.
Un grupo de cotorras, verdes y cabezonas, beben de un charco cerca de la rosaleda, mientras las palomas y los gorriones esperan su turno. Estos pájaros con aires camorristas se han hecho con su propio espacio vital y no parecen temer mucho a los paseantes.
En el lateral de la calle Orfila, el riego ha hecho estragos y se ha formado un barrizal que aprovechan las palomas. La actividad de los jardineros municipales se aprecia intensa. El problema es otro: el civismo a veces hay que buscarlo, como la novela de Verne, en el Centro de la Tierra, quizás por eso un grupo apreciable de zangolotinos ha dejado su impronta en la caseta de música con la pintada: «En los mortal combat están Pascual, Nano…» y por el otro lado de la caseta prosigue la lista de inconscientes.
Las plantas están bien cuidadas y como en todo espacio público que se precie, hay más pintadas. En una piedra de molino, por ejemplo, un corazón partido ha escenificado la ruptura con esta pregunta lanzada al mundo el pasado mes de mayo (además, demuestra que se arma un lío con la legendaria diferencia entre porque, porqué y por qué): «Porque tenemos que tener un final?». Todo tiene un final, hasta las eras geológicas.
Y siguiendo con los amores, el faro en miniatura está en un aceptable estado si subimos por la rampa interior pero por fuera luce una declaración de amor que necesitará mucho trabajo limpiarla: «Sara te amo», también fechada en el mes de las flores. El nombre de Sara, por cierto, es visible desde la estación espacial europea.
El parque de Huelin, maravilla de día, excusado de noche. Ustedes lo excusen.