Los edificios vacíos de la plaza del Teatro y de Solecio en calle Granada contrastan con las ampulosas sedes administrativas levantadas por socialistas y populares
A uno le viene a la cabeza, que para eso la tiene despoblada, el título musical de La catedral sumergida, cada vez que pasea por la plaza del Teatro. Porque da la impresión de que algún tipo de catástrofe climática ha terminado conduciendo por el camino de la amargura los dos edificios gemelos levantados en este rincón del Centro por Rafael Mitjana en el lejano año de 1851, cuando España sólo era surcada por dos escuetas líneas férreas: Barcelona-Mataró y Madrid-Aranjuez, y no se había producido el actual dispendio ferroviario, así que fíjense lo que ha llovido.
Rafael Mitjana, a quien la ciudad dedicó una pequeña y bullanguera plaza, fue el mismo que levantó el obelisco a Torrijos en la plaza de la Merced. Lo incomprensible es que nuestra laxa normativa urbanística permitiera dejar estas imponentes obras de hace siglo y medio como un cascajo (un cascajo ahora roto), para meterles debajo un aparcamiento más.
Pero no nos llevemos las manos a la cabeza (en el caso del firmante, despoblada): a un tiro de honda baleárica tenemos al inicio de la calle Granada el palacio del empleado de los Gálvez de Macharaviaya, Félix Solecio o Solesio (como consta en una esquina de la mansión, donde podemos ver un pequeño sol en relieve).
De sus almacenes salían las barajas de cartas para enviciar al Nuevo Mundo. Con estos antecedentes, ya me dirán si Málaga no podía haberse sumado, como en su día lo hicieron Cataluña y la Comunidad de Madrid, a la puja por conseguir el macro antro de juego del multimillonario Adelson, al parecer, el único sitio de España donde se podrá obviar la ley antitabaco (para vergüenza de los legisladores españoles).
Si repasamos la lista de construcciones varadas en la niebla malaguita, también oteamos costosas adquisiciones pagadas con dinero público como el edificio de los cines Astoria y Victoria, buena parte de la antigua Tabacalera o el paseo concluido hace años pero no abierto al público al pie de la Alcazaba.
Y sin embargo, algo que nadie ha podido frenar –lo que demuestra que cuando hay voluntad política se pueden superar todos los obstáculos– ha sido la construcción de las macrosedes de la Diputación y la Gerencia de Urbanismos, dos obras fruto de los aires visionarios y mesiánicos de socialistas y populares, respectivamente, que serán recordadas por no sólo por sus desmesuradas proporciones, sino por la catarata de millones que hizo falta para levantarlas y mantenerlas.
Tendremos edificios como cáscaras rotas en el Centro Histórico, pero ahí está toda esa buena gente a la que votamos para, de manera efectiva, racionalizar el gasto con dos sedes funcionales y sobrias que han supuesto un gran ahorro para el erario público. Más barato saldría reflotar la catedral sumergida de Debussy.
Rotura oficial
Una amable lectora señala el triste estado del empedrado artístico que hay a la entrada del Hospital Noble, sede municipal.