Dinamarca y la calle Fresca, unidas por Hamlet

9 Jul

Turistas y paseantes deben atravesar una nube de moscas si quieren pasear por esta calle con empedrado artístico atiborrada de contenedores de basura

El nombre de la calle Fresca es una ironía. Huele a pescado capturado en la Bahía de Málaga hacia los años 40 o en todo caso, a alguna criatura en descomposición, y no se trata de Berlusconi.

Piensen en la famosa magdalena de Marcel Proust: si el escritor francés se hubiera dado una vuelta a la hora de la merienda por esta céntrica calle, no hubiera escrito En busca del tiempo perdido sino cualquier subproducto de Dan Brown sobre una intriga en el Vaticano porque las sandalias de San Pedro en realidad nunca transpiraron.

La calle Fresca llegó a protagonizar hace unos años parte de un pleno porque el Ayuntamiento barajó la posibilidad de cepillarse (en el sentido de cargarse, no de darle brillo) el enchinado artístico de hace medio siglo. Un extinto concejal argumentaba que era muy difícil andar por esta calle con un carrito o con tacones. No hablaba por sí mismo pero al hombre se le entendía por dónde iba. Quedaba claro que no iba en sus paseos por la calle Fresca y la evitaba.

El arte sin embargo cuesta. Lo aprendieron los protagonistas de la serie de televisión Fama y la secuela española, Un paso adelante. Y a fin de cuentas, sigue habiendo una gran diferencia entre, por ejemplo, caminar por las brasas con un tío encima en la noche de San Juan, como en un pueblo de Soria, y hacerlo por esta calle vecina del Palacio del Obispo.

En más de una ocasión el firmante ha recordado los elogios que la prensa extranjera dedica a las calles con empedrados artísticos de Málaga, las pocas que quedan. Querer acabar con un de ellas temiendo esguinces o pérdidas de piezas dentales era una memez y nuestro Consistorio viró el rumbo que le conducía al ridículo en busca de puertos más racionales. Felicidades.

Salvada de un enlosado uniforme y poco original, de momento nadie la salva del sempiterno olor a huevo crudo gracias a la estratégica presencia de casi una decena de contenedores.

Los valientes que atraviesan la calle Fresca lo hacen raudos y con la boca cerrada porque hay que atravesar una nube de moscas, perpetua borrasca en este rincón del Centro.

Todas las fotos que hacen los turistas quedan desgraciadas por esta convención provincial de contenedores pringosos y en ocasiones, con las tapas abiertas, dispensando un aroma que evoca un paisaje repleto de gaviotas surcando el cielo y debajo, el vertedero de Los Ruices.

No tiene sentido que una calle tan inusual, con dibujos artísticos realizados por artesanos ya desaparecidos tenga tanta necesidad de un ambientador del tamaño de Gibraltar.

Si las calles empedradas son parte del atractivo del Centro Histórico, ¿a qué viene convertirlas en un patio trasero abyecto? Soluciones debería plantear nuestro Consistorio para no concentrar en la calle Fresca estos contenedores tan cutres y, por lo que más de uno se huele, malolientes.

La manida frase del Hamlet de Shakespeare de que huele a podrido en Dinamarca, pesadilla de las agencias turísticas danesas, debería ampliarse en la versión malaguita: «…y en calle Fresca».

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