El amago de estercolero que comenzó a gestarse hace dos veranos en El Duende, junto a la estación Victoria Kent, es hoy un descampado civilizado
Ayer hablaba este periódico en un artículo sobre la parte alta de la Virreina del aspecto desangelado de algunas de sus calles, pese a estar a pocos pasos del conservatorio Manuel Carra y lucir nombres de músicos. El hábito no hace al monje pues ahí siguen, destilando de todo menos perfumes, las aguas fecales que vierten al Guadalmedina.
No ocurre lo mismo con la calle dedicada a Mahler, en El Duende. Lindaba esta vía con un terrizo agreste que estos días luce un aspecto impecable, cortado al raso, lo que evita pensar en esa película francesa, Los juncos salvajes.
Algo que continúa ofreciendo el mismo aspecto de escenario para un remake de Mad Max, más allá de la cúpula del trueno son los derribos y otras hierbas oxidadas en el herrumbroso anexo de los almacenes municipales del Duende.
Por suerte, al estar vallados se evita que el tétanos haga su agosto, pero la verdad es que está más cerca de una chatarrería abandonada que de cualquier otra cosa.
Pero sigamos por esta vía mahleriana porque se ha acabado el desesperante estado de abandonado de los alrededores de la estación de tren Victoria Kent. La asociación de vecinos del Duende batalló hace justo dos años en este periódico para lograr acabar con el sutil vertedero que se iba formando, sin olvidar el bosque de matojos.
De nuevo, la solución ha sido un radical pelado al rape mientras se ve cómo avanzan las obras del bulevar.
La única zona montaraz que queda en la calle Mahler la encontramos a pocos metros de la estación, pegada al campo de fútbol del barrio. Hace falta entrar a machete para abrirse camino por ahí, pero se trata de un núcleo menor que nada tiene que ver con el descontrol de hace dos veranos, que tardó lo suyo en reconducirse.
Otra cosa será qué hacer con esta calle tan sinfónica una vez que todo el entorno se domestique, pues necesita sombra a raudales.
Una pista de cómo hacer bien las cosas en El Duende nos la proporciona la calle dedicada al pedagogo Paulo Freire, junto al campo de fútbol, que nos regala una hilera de chorisias o palos borrachos que ya dan su buena sombra, acompañada por bancos. Algo así se merece una calle dedicada a don Gustav Mahler y no el desértico panorama de nuestros días, aunque el horizonte esté bien rapado.
Misterio plegado
Entre los misterios del callejero, el que hace unos días nos aportó el historiador malagueño Victor Heredia, que menciona la calle Priego, entre la calle Puente y Mármoles, muy cerca del río, en la parte alta del Perchel.
¿De verdad que esta calle está dedicada al pueblo de Priego en Córdoba?
El caso es que hacia 1650 en Málaga vivía un regidor apellidado Pliego, con ele, y debía contar con casas por la zona ya que a este rincón del mapa se le conocía como el barrio de Pliego, de nuevo con ele. La calle Priego, ¿no debería escribirse calle Pliego? Pues todo apunta.