Recorrido por un campo en pleno barrio

29 May

No hay que ser ningún experto en cine para concluir que, en una película bélica, el soldado que muestra una foto de su prometida es el primero en morir. Suele ser un deceso rápido, pero el caso es que, si enseñas una foto, aunque sea la del carné, la palmas seguro.

Una regla parecida la tenemos en las películas de catástrofes: los personajes acompañados de mascotas suelen espicharla, mientras que sus animalitos sobreviven. En este tipo de películas un hombre puede pasar al otro barrio porque le ha caiga encima un hotel de cinco estrellas pero un perro, jamás: sería una crueldad insuperable.

Este tipo de reflexiones totalmente superfluas surgen al pasear a media mañana por la avenida fantasma dedicada al escritor Antonio Soler, en Soliva. Fantasma no por influencia literaria alguna sino porque, aparte de ser las doce de la mañana, este es un barrio en construcción, en mitad de la crisis económica. Así que partes de esta avenida parecen trazadas en mitad del campo, mientras en el horizonte de matas secas no se adivina la llegada de promotor alguno.

Así son los barrios a medio hacer y no hay que darle más vueltas. En las aceras, las que parecen adentrarse en el campo, con los terrenos de la laguna de Soliva a la derecha y los de una parcela sin ladrillos a la izquierda, se sucede una procesión de árboles del coral, las Erythrinas crista-galli, con sus ramilletes de gajos rojos en plena expansión y un buen puñado a los pies de cada tronco. El aire o algún aprendiz de Atila ha tronchado uno de ellos. Llama la atención la acera, por donde el campo también irrumpe con fuerza y ha abierto un pequeño sendero de hierba. Más adelante, dos tupidas hileras de lo que parecen moreras, con hojas tan tiernas que, ustedes disculpen, dan ganas de hincarles el diente.

No es una mera impresión el que Soliva esté casi por estrenar, su callejero es de tan nuevo cuño, que muchos de los homenajeados están felizmente vivos para contarlo, otra característica que no comparte con barrios más veteranos, donde siempre se echa mano de glorias de las letras del XIX, compositores del año de la polka o genios militares contemporáneos de quien inventó la pólvora.

Ahí están el propio Soler, el senador Fernández Pelegrina (no Pellegrini, por favor), la calle dedicada a Féliz Gancedo o al deportista en silla de ruedas Joaquín Fernández Recio.

Aquí no es que todo parezca nuevo, es que todo es nuevo, por eso no extraña nada que a media mañana, en Antonio Soler con Catedrático Cristóbal Cuevas estén colocando un paso de cebra con la respectiva señal. También da la impresión de que las tiendas las pusieron antesdeayer, por eso tanta profusión de locales tapiados, esperando que, como en el inicio del año santo compostelano, alguien eche abajo tanto ladrillo y Soliva comience una nueva existencia.

Por cierto que la existencia será mucho más plácida si la EMT se plantea introducir los autobuses por el corazón del barrio y no allá, abajo, en ese tramo de autopista engañosamente bautizado como calle Navarro Ledesma.

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