Dime lo que pierdes y te tiré el grado de despiste. Como muchos de ustedes sabrán, la EMT ofrece todos los meses un listado de objetos perdidos que no dejan de retratar, en ocasiones, un perfil de usuario desnortado y olvidadizo. Aunque sin llegar a los límites de ese malagueño de adopción, nórdico de origen, que un buen día, en un centro comercial, entrevio su imagen en el espejo, notó que era un rostro familiar y se acercó a saludarse a sí mismo, rebotando contra su propia imagen. La anécdota es bien cierta.
También entra en la misma categoría de potencial usuario de la EMT un conocido abogado malagueño que, camino de su despacho, paseó por la calle Larios con chaqueta y corbata pero con sus zapatillas de andar por casa, con la particularidad de que una de ellas tenía un grueso agujero por el que asomaba el dedo gordo. Esta escena tuvo lugar a finales del pasado siglo.
No llega a estos grados de despiste lo depositado por el inconsciente colectivo en los autobuses de la EMT en los cuatro primeros meses del año, con la salvedad de ese usuario anónimo que el 30 de abril se dejó olvidado, en un autobús sin determinar, una prótesis dental.
El misterio estriba en averiguar cuándo se percató de la ausencia de la prótesis. Si era la hora del almuerzo y se topó con un filete muy hecho, ya lo tenemos resuelto.
Algo de misterio existencial encontramos también en ese usuario que, el 4 de enero y en la línea 15, se dejó un vestido de señora. ¿Lo recogía del tinte?, ¿se lo acababa de comprar? Suponiendo que fuera un conjunto de invierno debería abultar lo suyo, ¿acaso pretendía perderlo de vista?
Un dato curioso también es que en estos cuatro meses todo el que se ha subido a un autobús de la EMT se ha bajado sin extraviar el móvil. A lo sumo, lo único que alguien se ha dejado en el autobús ha sido una solitaria funda para el teléfono, también el último día de este cómputo, el 30 de abril, en la línea 11.
No me dirán si no hay contraste con esos 61 paraguas dejados a su suerte sin el más mínimo remordimiento en estos meses. Habrá que concluir que los malagueños prefieren mojarse antes de dejar de trastear con el móvil. Resulta ya tan imprescindible que nos cuidamos de perderlo.
Un dato positivo ha sido, paradójicamente, el extravío de libros. Pese a que se han dejado ganar un gran terreno por el uso compulsivo de los smartphones, de enero a abril se han dejado olvidados nada menos que ocho libros. Si alguno de ellos era además de Dan Brown, se habrá contribuido a la salud del planeta.
Por último, el 21 de enero, en lo más crudo del crudo invierno, un usuario perdió en la línea 15 un termómetro. Con un poco de imaginación podemos imaginar a ese hombre o mujer destemplado, con el termómetro adecuadamente colocado en la sobaquera. Si iba de pie y agarrado a la barra del techo ya saben qué es lo que pasó.
Eso sí, para desnortado el usuario que en 2012 se dejó un cortacésped en el aeropuerto de Barajas. ¿Qué cara pondría el domingo cuando fue a pasar el rato en su jardín? Confiemos en que la EMT nos depare despistes igual de excéntricos de aquí al final del verano.