En La saga/fuga de JB, novela de Torrente Ballester tan distante de ese animado folletín titulado Los gozos y las sombras, uno de los personajes construye un fastuoso ingenio tubular (Homenaje Tubular al Sistema Métrico o el Tren Ensimismado) de proporciones ciclópeas.
Es complicado hacerse una idea de ese mundo de tubos en tierras gallegas. Quizás lo más aproximado sea el magnífico monumento a Picasso que realizó Miguel Berrocal para los antiguos jardines de la fábrica textil de la Aurora, hoy dedicados al pintor.
La textura de esta obra que tan bien representa el universo picassiano parece ejercer un poder de atracción hacia todos los que quieren hacer sus pinitos en el dudoso campo de las pintadas. De hecho, casi nadie recuerda este monumento libre de ellas, pues reaparecen con la tenacidad de esa mancha roja en El fantasma de Canterville.
Además, para más inri, los homúnculos que dejan su firma en la escultura suelen emplear pintura blanca (¿tipex?) para que resalte más.
Es la senda tomada por Encarni y Tamara, que siguiendo al conjunto musical Los Manolos, se autodenominan «Amigas para siempre», acompañadas por otra reata de amigos que, visto que la pintura blanca no se ve lo suficiente en un primer intento, han repetido sus nombres; Juan, Pakito, Ana, Tamy y Encarni (las amigas ya mencionadas).
A su vez, sabemos más de la vida de esta última gracias a que el 3 de noviembre de 2012 dejó para la eternidad su nombre junto al de un tal Luis, mientras que al ya mencionado Pakito lo tenemos inmortalizado al lado de Ana.
Pero Encarni sigue dándonos pistas de su vida sentimental, ya que en otra pintada fechada el mismo día de noviembre, dejó escrito que su pareja se llama, para precisar más, José Luis, al que lanzó un piropo que, si las cosas van mal, siempre puede funcionar como arma de doble filo: «Te amo mi gordito». ¿Está realmente gordo José Luis o se trata de un apelativo cariñoso?
Llama la atención además las capacidad trepadora de estos amigos para siempre, que con tanta pericia han logrado subir hasta lo más alto del monumento para estampar de nuevo sus firmas. Están dispuestos a romperse la crisma por dejar constancia de su vida sentimental con lo que, si perseveran, tendrán una larga vida en los programas del corazón.
Pero no todo son amoríos con la pareja de turno, también hay amores mucho más permanentes, en este caso al equipo de fútbol de siempre. Es el caso de una tal Demichelina 84, que como no podía ser menos con este nombre se declara a continuación «Malaguista» y, si no queda lo suficientemente, espacio queda en el monumento de Berrocal para proclamar eso de «Málaga te quiero».
Claro que con amores como estos, que ensucian estatuas públicas tan emblemáticas cuya limpieza nos cuesta un ojo de la cara, mejor tener a Demichelina bien lejos de La Rosaleda y de nuestros jardines, aunque ello suponga, incluso, pasarse a los Biri Biri del Sevilla.