Quienes conocieron a François Miterrand coinciden en que nunca se graduó en la Escuela de la Modestia. Sin alcanzar los índices ególatras de Maradona, que a veces habla de él mismo en tercera persona, lo cierto es que el presidente francés pensaba igual que ese madrileño que al marcharse de vacaciones decía eso de «Adiós Madrid, que te quedas sin gente». Sin él, Francia hubiera quedado desnortada.
Entendiendo al personaje comprendemos mejor su gusto por las estructuras ciclópeas, esas que dejan huella y a ser posible son visibles desde los satélites. Una de las de más enjundia es la pirámide de cristal del Museo del Louvre, estructura que luego ha sido copiada, con variantes, en otros rincones del planeta. Así, es muy posible que el arquitecto que diseñó el gran cubo neoyorquino de la tienda de Apple haya tenido en mente el museo francés. De rebote, al puerto de Málaga también ha llegado un cubo, de más modestas proporciones y de incierto uso, aunque de momento sirve de espléndida claraboya a un espacio vacío.
Un claro guiño al Louvre es también el que tenemos a espaldas del Museo Picasso, en la calle Alcazabilla. Nuestra pirámide de cristal no busca la gloria mundana como la de Miterrand, sino evitar que los paseantes se rompan el cráneo al toparse con unos súbitos restos arqueológicos que había de mostrar de alguna manera y de paso, resaltar.
Y de alguna manera se muestran aunque aportan tanta información al turista como el soldado desconocido. En alguna ocasión la oposición ha pedido a nuestro Ayuntamiento que se apiade del visitante hábido de información y coloque algún tipo de placa identificativa, pero de momento, leche y habas. Existe, eso sí, una columna informativa sobre la pirámida pero se encuentra situada a bastantes metros, arrinconada para no entorpecer la vista, así que su utilidad es relativa, porque no todos se percatan de su existencia.
¿Qué es lo que hay debajo de esta pirámide?, en principio cualquier cosa. Hay que echar mano de guías especializadas o de la hemeroteca para saber que se trata de piletas en las que se preparaba el gárum, la salsa de moda en Roma.
Ya me dirán qué gana la ciudad de Málaga manteniendo en buena parte en la ignorancia a esas personas que quieren saber más de nuestra historia y no se centran únicamente en el sol y la ingestión de espetos.
Además, si se hubiera querido que los restos arqueológicos pasasen desaparecibidos, nada como una plancha de cristal y a otra cosa, pero al resaltarlos con algo tan poco común como una pirámide acristalada de tres metros, qué menos que una plaquita informativa a los pies del invento.
Restos tan significativos para Málaga como estos de Alcazabilla engrosan la lista de cosas inexplicables sueltas por la ciudad como esa máquina de vapor gigante de la avenida de Andalucía que ningún ente inteligente de nuestro Consistorio ha decidido sacar del anonimato. Y han pasado años desde que fue instalada allí.
Piletas para el gárum pero también camerinos del Teatro Romano, celdas para dramaturgos que no tuvieron su noche, cubículos para obrar lo que se terciara en el Mundo Antiguo… cualquier interpretación disparatada es bienvenida ante estos restos tan desinformados. Eso sí, la pirámide queda, como decía un querido profesor, «altamente perita».