Los tres cochambrosos solares junto a los jardines de Miguel de los Reyes cuestionan desde hace años que el ser humano camine hacia una meta razonable
Para desesperación de algunos nacionalistas, todos los seres humanos tenemos como ancestro común una mujer africana que pasó sus días hace unos 200.000 años.
Imaginemos la evolución de esas pequeñas comunidades, su lenta distribución por el globo, la llegada a Europa, las dietas a base de almejas y mejillones, las pinturas rupestres y el descubrimiento de la Agricultura hasta llegar a nuestros días con miles de españoles recibiendo tantas facturas como whatsapp.
Coincidirán conmigo en que algo falla en la evolución humana si hemos llegado al nivel de degradación del entorno de la plaza de Miguel de los Reyes, en Lagunillas.
Esta plaza, inspirada en la tournée de Dante por el infierno, tiene la cantidad exacta de cemento como para hacer insoportable un verano a una población considerable.
En su estructura escalonada, sólo un grupito de pinos en lo alto, separado del común de los mortales por unos muretes, proporcionan lo que deberían proporcionar las plazas decentes: una buena ración de sombra.
Como consecuencia, los vecinos más mayores se arraciman al comienzo de la subida, donde un grupo de brachichiton hace lo que puede dada la hechura de este tipo de árboles. El resto es desolación.
Y no hablamos sólo de estos jardines, dudoso homenaje de la ciudad a Miguel de los Reyes, sino del escabroso paisaje que encontramos en la banda izquierda y que desde hace años no parece conmover un ápice a los técnicos de Urbanismo: son tres solares abiertos y consecutivos que casi vomitan su contenido infecto a la calle, de tal suerte que si uno baja desde la zona de los pinos, verá que su meta en esta vida es una colección de muebles en descomposición, ropas varias y material de obra depositado con poco primor en estos depósitos a cielo abierto.
Contemplando los solares, intuimos por qué un personaje tan ilustre como Bach llegó a componer algo que tituló Ya tengo bastante. Nosotros también tenemos bastante con este paisaje que cuestiona la evolución humana hacia una meta razonable.
Estamos seguros de que ese ancestro común, esa venerable mujer africana, posiblemente de piel oscura, que deja en tan mal lugar cualquier hecho diferencial del planeta, habría regañado a sus hijos y parientes por tan penoso espectáculo que, tampoco nos ilusionemos, todo apunta que durará lo que un par de eras geológicas.
A este respecto, un vecino que vive al inicio de la calle Lagunillas comentaba al firmante que, para lograr que algún ente inteligente limpiara un solar cochambroso que todavía pueden disfrutar en la zona, tuvo que realizar no menos de 200 llamadas al Ayuntamiento. Estamos seguros de que exageraba y de que sólo fueron 150.
Restos
Y muy cerca, en Cobertizo de Conde, un camino lateral empedrado muestra al mundo los restos de la calle Poeta Luque Gutiérrez. Por suerte, las visitas ilustres suelen detenerse en la plaza de la Merced y se dan la vuelta.