A grandes rasgos, en Málaga hemos pasado de poner ladrillos a poner tapas con la misma intensidad.
La salida tecnológica que nos pueda aportar el Málaga Valley sigue pareciendo demasiado etérea e inaprensible, y eso que un grupo de notables varones se agrupa varias veces al año en las escaleras del Ayuntamiento para hacerse una foto. Poco más sabe el vulgo de esta iniciativa.
Por otro lado, arrasadas las expectativas de la construcción en la Costa del Sol gracias a una política urbanística suicida de tierra quemada y con las administraciones saturadas de cargos de confianza, el sector servicios y en especial el gatronómico, vuelve al rescate de los índices de paro. Recuérdense las carreras de camareros con sus bandejas, un clásico en nuestra ciudad que llegó a recuperarse hace unos años.
De repetirse el evento habría que pensar ya en un nutrido maratón en el que participaran los miles de cocineros, maitres y camareros de la capital.
Asusta pensar en que el empacho de la construcción está dando paso al de la restauración, aunque sus consecuencias sean bastante menos drásticas para la ciudad.
Con este regreso a la Málaga de las mil tabernas, a las que el firmante les desea lo mejor, no es raro que, finalmente, en el Muelle Uno se mantenga eso que un ministro gallego llamaba «el conceto». Porque la esquina de oro, esa que resume el gran logro ciudadano de abrir el puerto a la ciudad, se dedicará al solaz del estómago y aunque no albergará algo tan merdellón como un Carrefour de lujo, nada menos que 1.400 metros cuadrados se dedicarán a un centro gourmet.
¿Qué diferencia hay entre un centro gourmet y un súper de lujo?, en principio bastante sutil: en el centro gourmet aparte de comprar productos se pueden degustar.
El «conceto» se mantiene con pequeños cambios, porque seguirá mandando la tapa, el sustituto del ladrillo en nuestro particular manera de entender la economía: como un monocultivo que no da para más.
Visto el panorama, los vecinos deberán seguir alerta y pelear por sus espacios públicos, no vaya nuestro Ayuntamiento a convertirlos en nuevos escenarios para seguir comiendo -los que puedan permitírselo–.
En este sentido, ahí está la reivindicación vecinal que impidió que la plaza de la Merced se convirtiera en una tapería a cielo abierto aprovechando su remodelación.
Y echemos un ojo a esa quinta fachada de la Catedral, el techo de las grietas que van y vienen, porque si la crisis sigue arreciando, cualquier día la vemos convertida en una terraza. ¿Un centro gourmet catedralicio? Parafraseando la película de Manolo Escobar, todo es posible en Málaga, así que mucha atención.
Driblajes
Nada de messidependencia, para driblajes extremos, los mañaneros de los turistas para sortear los camiones de reparto por Molina Lario y la plaza del Siglo con su inmortal adoquinado.