Si continúa esta tendencia de ataques homínidos a nuestras estatuas, una solución radical, estéticamente deplorable, sería enrejarlas. Piensen en el aspecto que tendría la estatua sedente de Picasso de esa guisa: parecería Hannibal Lecter pero dejaría de sufrir el acoso de cuatro borrachuzos. Como recordarán, este lunes el Ayuntamiento dedicó técnicos, esfuerzo, tiempo y dinero a recolocar la escultura en su sitio, después de que un día antes, con las primeras luces del domingo, una presunta panda de beodos con pocas luces la arrancara y la trasladara a otro banco.
Lo único simpático de esta historia, como también sabrán, es que Pablo Ruiz Picasso pasó la noche en el cuartelillo de la Policía Local, en la avenida de la Rosaleda, algo que en vida habría encantado al homenajeado pero que tenía como objetivo evitar nuevos ataques de esos malagueños tan emparentados con nuestros ancestros los primates.
Por desgracia, no se trata de un gesto aislado y puede concluirse que cuanto más arborícola es un sujeto, más propenso se muestra a atacar representaciones escultóricas del cuerpo humano o simples símbolos.
Piensen en la de semanas que lleva con la mano arrancada la gitanilla que acompaña el busto de Arturo Reyes, en el Parque. En el Ayuntamiento se han cansado de reponer la extremidad y de tener preparadas más copias que búnkeres para espetos hay en la Malagueta.
También hay que recordar el ataque a la cruz de respetable tamaño en la plaza de San Juan de Dios. Hay pocas evidencias de que esta acción se sustentara en cuestiones de conciencia o de crítica laica. Todo apunta al bebercio y al impulso homínido de arrancar de cuajo objetos pesados y de grandes dimensiones.
En la misma línea tenemos que incluir el desdichado final del busto en piedra del pintor José Moreno Carbonero, en los Jardines de Puerta Oscura. Los técnicos municipales sólo conservan el busto en sí pero no la cabeza del artista. Para más inri, se trata de una obra del gran Mariano Benlliure, así que el daño patrimonial ha sido muy grande. Consolémonos con que la Academia de Bellas Artes de San Telmo conserva el original en bronce y que si alguno de nuestros antepasados malagueños del homo sapiens guarda la cabeza arrancada, lo mismo se aburre y termina abandonándola –como ha hecho con la suya–.
Por último, el Consistorio también tuvo que anclar hace poco el busto a don Carlos Larios y Martínez, marqués del Guadiaro, en el Parque, después de que unos mamíferos trataran de darle un paseo. Si persiste esta moda, quizás habría que enjaular, no a las esculturas sino a los autores de estas hazañas y exhibirlos en los circos. Es una idea.
Ajos supermodernos
Una amable lectora nos cuenta la primera imagen de cambio profundo en Málaga que vio en su infancia, a comienzos de los 50: un vendedor pregonando en la plaza de la Merced la venta de «ajos supermodernos». La modernidad estribaba en que los tenía en un novedoso cubo pintado de lunares y además de plexiglás.