En lugar de los fuegos artificiales de la Feria, la demolición de los chiringuitos ciclópeos de la Malagueta promocionaría la imagen de una ciudad civilizada
En Málaga, la versión de El traje nuevo del emperador no nos muestra a su alteza imperial en pelota picada sino con pantalones pirata, camisa floreada y colgaduras de oro macizo a punto de ser entrevistado por un reportero de Berlusconi.
El devenir de nuestra Historia ha propiciado que en los últimos tres siglos hayamos pasado de la irrelevancia histórica más absoluta a la exhibición ostentórea, fenómeno que el viajero británico Joseph Carter ya detectó en la Málaga del último tercio del XVIII.
El gran problema de nuestra capital es que su riqueza productiva se ha sustentado en gran parte en las bases inestables, a la larga perjudiciales y bastante horteras del ladrillo, como comprobamos en sus desarrollos urbanísticos, que parecen reproducir, con exactitud milimétrica, barrios enteros de Atenas y Beirut.
El mismo modelo de edificación alocada e intensiva podemos admirar en casi toda la Costa del Sol, donde ha primado la construcción de verdaderos horrores sin nombre en primera línea de playa, prolongándose el modelo en alejados cerros en los que hay más adosados –de reprochable factura y tabiques de estraza– que briznas de hierba.
Si a eso sumamos perlas heredadas de una larga historia de incompetencia como que el tren de la Costa no pasa de Fuengirola, no nos sorprenderemos de que en los últimos meses se haya producido una atractiva conjunción planetaria.
Se trata de una conjunción de genios de la administración, antiguos niños prodigio que hoy trabajan para la Dirección General de Costas, el Ayuntamiento de Málaga y la Junta de Andalucía y que han propiciado los siete búnkeres para espetos de la Malagueta, un barrio de por sí masificado y con una playa menguante donde estos murallones sin sentido hacen un daño irreparable.
Por lo menos esta semana se ha escuchado –muy tarde– una voz sensata, la del concejal de Turismo Damián Caneda, quien de forma metafórica y educada ha desvelado que el traje nuevo del emperador es más hortera que bailar la música del telediario. Para el edil, estos parientes lejanos de la Cueva de Menga son «demasiado altos, demasiado anchos, demasiado opacos», con lo que nos ha descubierto la pólvora.
Y hablando de pólvora, ¿por qué no convertirlos en las fallas del Sur de Europa? Sería todo un detalle que estos merenderos megalíticos, que tanto daño hacen ya a la imagen de Málaga, terminaran como terminan aquí muchas casas de valía de los siglos XVIII y XIX: por los suelos. Podían volarse –de forma controlada y tomando todas las precauciones– tras el pregón de la Feria de Agosto en sustitución de los fuegos artificiales. De esta forma daríamos al mundo un ejemplo de cómo se comporta una ciudad que busca captar el turismo de calidad con algo más que con hormigón armado.
Claro que las tres administraciones responsables de la faena deberían costear a continuación unos merenderos más acordes con el turismo del siglo XXI y olvidarse, de una vez por todas, de sentidos homenajes a los ingenios militares de Pyongyang.
Muchas gracias, señor Alfonso.
Un saludo