Hace unos días hemos podido saber en La Opinión, gracias a la mano experta y dotada para el arte de Lucas Martín, que los malagueños leemos una media de 30 minutos al día. Es decir, que si desgranamos las actividades diarias, posiblemente ese malagueño medio dedique más tiempo a trasladarse de atasco en atasco, al programa de Ana Rosa o, si la situación es de una urgencia simplemente moderada, a visitar el trono, y no hablamos aquí de la Semana Santa.
Es más, con este escuálido porcentaje, aquí el autor de estas líneas tiene que agradecer el que, con sólo 30 minutos al día paseando por las letras, al menos dediquen 5 a la lectura de esta crónica. Es un verdadero honor.
Otra cosa es que esa media horita de lectura resulte desasosegante y confirme la impresión que tiene Luis Alberto de Cuenca, quien asegura que en España sólo existen unos pocos miles de lectores.
Donde ha descendido de forma aplastante el acto de leer es en nuestro transporte público. Antes era una imagen común el ver a usuarios de la EMT trincados a su libro como amarrados a un rencor. Ahora, para encontrar lectores en los autobuses hay que llamar a un zahorí con su palito.
Hoy nuestros autobuses, en bastantes horas del día, resultan lo más parecido a un monasterio benedictino. Donde antes se escuchaba la bulla y la conversación hoy tenemos una creciente masa de abducidos por los smartphones, con la cerviz inclinada y una actitud de callada veneración por la pantalla iluminada, que no dejan de frotar como la lámpara maravillosa.
¿Y no habrá entre esta masa gigantesca de abducidos, lectores de libros digitales que lean en los teléfonos inteligentes? Un servidor duda de que sean precisamente legión, pues la secta (y pronto religión) de los frotadores de pantallas, al menos por lo que uno ha visto en la EMT, se centra en el wasapeo, el balanceo en las redes sociales y el disfrute de audiovisuales varios a mucha honra.
Y claro, esta media hora escasita de lectura al día da como resultado una media de tres libros leídos al año, lo que bien mirado nos da una velocidad de lectura más reducida que la de E.T. el extraterrestre.
Pero no todos son datos malos, también los hay terroríficos, como que en Málaga haya más coches por cada mil habitantes que en Madrid o Barcelona. ¿Acabará el metro con el cateto prestigio social que el coche todavía tiene en nuestra tierra? Siempre se pueden esperar milagros.
La cosa además se pone complicada con ese auténtico insulto a la inteligencia que es la propuesta de la Junta de que el metro vaya en superficie por media ciudad de Málaga.
Pero no perdamos la esperanza, siempre cabe que la administración autonómica nos dé una sorpresa cuando llegue noviembre. Lo mismo descubrimos que la propuesta es la broma estrella de la Gala Inocente Inocente.
Habrá que cruzar los dedos para que el metro sea un elemento civilizador que no sólo nos haga perder querencia por el coche sino que también nos anime a leer más. Quién sabe, lo mismo bajo tierra hay ratos sin cobertura.