Málaga vivió el pasado miércoles un verdadero paréntesis en el horizonte alicaído de la realidad económica. Por unas horas se colocó en un segundo plano el drama de una provincia dedicada al monocultivo de la construcción, un disparate alentado con alegría y despreocupación por nuestros dos grandes partidos que, con su habitual sagacidad, todavía se preguntan cómo lo pudo hacer tan mal el oponente.
Preguntaba un malagueño la primera vez que contempló el espectáculo del fútbol en los Baños del Carmen que por qué no repartían pelotas para todos y así los jugadores dejaban de pelearse por una. De haberse aplicado esta solución, nunca se habrían producido encuentros en la cumbre, derbis regionales ni habría llegado la hora de la verdad para ninguna zaga.
El fútbol optó por seguir jugándose con un solo balón –aparte de los de repuesto– para tratar de conducirlo a la portería de enfrente. El miércoles en tres ocasiones (dos para el árbitro) se produjo este hecho en el estadio de La Rosaleda y algo que puede reducirse a pura anécdota, dos goles (en realidad tres), aparcó en el subconsciente de miles de personas las penurias de nuestros días.
Sólo con eso, bienvenido sea un juego en el que en España sólo triunfan el Madrid y el Barcelona para hastío de un número creciente de aficionados. El Málaga quiere abrirse un hueco en este dueto después de una larguísima carrera sin alegrías futboleras.
Y desde el punto de vista antropológico, y puesto que ya tenemos experiencia en competiciones europeas, resulta constatable la existencia de una suerte de Cogorcistas sin fronteras, algo comprobado en las diferentes hinchadas de equipos europeos que han acudido a Málaga a hincharse de alcohol.
Cuando parecía que los aficionados del Anderlecht habían cubierto el cupo, los inflamados seguidores del Oporto dieron una lección de dominio de la copa tan intensa, al menos en las calles del Centro, que muchos malagueños los confudieron con legendarios majarones autóctonos.
Ahí estaba, en mitad de la calle Álamos, dirigiendo el tráfico, un seguidor portugués portando un sable con sonrisa de oreja a oreja, y algo parecido hizo otro perturbado forofo del país vecino pero esta vez en mitad de la Alameda Principal, siendo coreado por sus compañeros de cogorza.
Está bien esto del fútbol internacional, hace posible que, gracias a un misterioso sorteo, personas que nunca tuvieron entre sus prioridades visitar Málaga lo hagan, se dejen los cuartos en el comercio local y regresen a sus hogares henchidos, aunque no precisamente de alegría. A ver qué aficionados nos visitarán en la próxima tanda. Hoy mismo lo sabremos.
Más optimismo
Enrique Ortigosa, veterano propietario de la librería religiosa Renacer, de calle Granada, envió ayer por la mañana un correo a sus clientes y amigos con estas reflexiones: «Me gusta el obispo de Roma, Francesco, primero entre sus hermanos obispos y servidor de todos. Me gusta el garante de nuestra fe común, generador de comunión, que nos ha obsequiado el Espiritu Santo».