En algunas crónicas hemos hablado del síndrome de Radomir Antic, ese efecto de anquilosamiento y erosión de la lengua española que ataca a las administraciones públicas y que se manifiesta en la total eliminación de cualquier artículo determinado que se precie.
Ya conocen ustedes al famoso entrenador serbio; Radomir Antic hablaría un español perfecto si no fuera porque casi no hay manera de pillarle en un renuncio pronunciando un artículo determinado: «Partido ha sido perfecto y jugadores han seguido instrucciones».
La traslación del síndrome de Radomir Antic en la vida diaria de los malagueños se traduce en una economía del lenguaje político y administrativo que provocaría pesadillas al mismísimo Bram Stoker, el autor de Drácula.
El resultado final no puede ser más horrendo y una de las pruebas más contumaces la tenemos en esos dos barrios de La Palma y La Palmilla, reconvertidos en Palma-Palmilla por la cabezonería de nuestro Ayuntamiento, que también se ha cargado la Cruz del Humilladero convirtiéndola en Cruz de Humilladero.
Pero de estos dolorosos ejemplos, nada como lo que le han hecho a los históricos barrios de La Trinidad y El Perchel. El síndrome del entrenador serbio ha dado lugar a una especie de Frankestein, un mejunje unido de forma artificial llamado Trinidad-Perchel, como si los dos barrios no tuvieran personalidad propia y fueran, por contra, un territorio administrativo uniforme y algo desvaído.
La desbandada en los dos veteranos barrios, la especulación urbanística y actuaciones administrativamente memas e insensibles como las demoliciones por la Junta de todos los pabellones militares en el convento de la Trinidad, sin dejar ni uno –ni siquiera el más pequeño y el que menos estorbaba, como testigo del pasado militar– son la evidencia de cómo se gestionan a veces sendos rincones de Málaga y por qué han perdido el artículo.
No es extraño por tanto que cuando se habla de obras municipales en la trinitaria calle Carril, el Ayuntamiento informe de que tendrá lugar en ese invento llamado Trinidad-Perchel, lo que no deja de ser un disparate, por mucho respaldo administrativo que tenga.
Pero ¿cómo parar esta enfermedad administrativa en unos tiempos en los que nuestros políticos sustituyen todas las preposiciones que aprendieron en la escuela por «desde»? ¿Marchamos hacia un síndrome de Radomir Antic complicado con un desdeísmo agudo? ¿A qué espera el SAS para intervenir a nuestros enfermizos representantes públicos? Como diría Antic, «ocasión pintan calva».
Ironía por civilizar
En la calle Fresca puede leerse una pintada que reza «Aborto no, pedofilia sí», acompañada del símbolo feminista.
La ironía de la pintada queda apagada por el gesto retrógrado y poco civilizado de plantar la pintada en los muros del Palacio del Obispo, un trozo de nuestro patrimonio que no debe ensuciarse ni en broma.