Esta semana falleció uno de los fundadores del colegio León XIII, profesor de la Escuela de Turismo y el Instituto Rosaleda
Hace poco más de dos mil años, un romano poco amigo de los excesos de su entorno como los combates de los gladiadores y muy escéptico de que los dioses intervinieran en la vida cotidiana se escribió él solito una auténtica enciclopedia de la Naturaleza, en la que trató de explicar los fenómenos naturales y la vida. Decía su autor, Lucrecio, que los sueños eran simulacros que flotaban en el aire y que la mente los captaba, mezclando a veces imágenes distintas, con lo que daban lugar a creaciones fantásticas de esas que tanto pululan por los sueños.
En el aire de Málaga, que empieza a intuir la primavera, el firmante de esta crónica capta estos días la imagen, siempre sonriente, de Joaquín de Carranza Oviedo. Es la imagen de un hombre real, de carne y hueso que, de haber nacido hace veinte siglos, se habría dedicado al estudio de las maravillas artísticas de sus contemporáneos los romanos. Le tocó nacer en 1925 y llegar, como quien dice, hasta hace unos días, culminando una vida de esas con las que sin duda soñaban Lucrecio o Cicerón, plena de amigos, familia, arte, viajes y conocimiento.
Para unos adolescentes de los años 80, en esa Málaga que empezaba a abandonar los carriles terrizos de sus barrios y las precariedades, entrar en su casa vecina de la iglesia del Corpus Christi de Pedregalejo era hacerlo en otra dimensión.
Su altillo, repleto de los objetos más diversos y atestado de libros, era un resumen de todo lo que nos aguardaría si salíamos a ver mundo. Un espacio de conocimiento que fue creciendo a lo largo de miles de lecturas y miles de kilómetros, porque Joaquín – y su gran familia, empezando por su mujer María París– siempre fueron objetos viajantes no identificados, así que cada verano desde hacía décadas se perdían por Europa, recorriéndola, no con la celeridad de un viaje organizado, sino adaptándose al ritmo de los lugareños, convirtiéndose en holandeses, italianos o alemanes por unas semanas, y regresando con ese incomparable bagaje a Málaga.
No es extraño que este hombre inquieto, moderno y siempre sonriente, se embarcara en la aventura de fundar el colegio León XIII, renovando los aires de la educación en Málaga. También fue profesor en los inicios de la Escuela de Turismo de Málaga, en la que coincidió con su gran amigo José Manuel Pérez Estrada y muchos alumnos del Instituto Rosaleda todavía le recuerdan en ese despliegue diario de lo mejor de las Humanidades.
Su afán por la divulgación no cejó ni sobrepasados los 80, por eso en 2008 presentó en el Ateneo de Málaga sus Esquemas de Arte, dirigidos a estudiantes viajeros y curiosos que quieran una brújula para no perderse por épocas y estilos, una obra basada en el material que empleó como profesor de Historia del Arte (la foto que acompaña esta crónica es del día de la presentación, con Joaquín de Carranza en el centro).
En sus hijos ha prendido el mismo afán por enseñar a los demás y conocer mundo y como ejemplo, su hijo Joaquín nos muestra a diario cómo echar a volar la imaginación en el Museo del Aeropuerto de Málaga. En esta primavera casi inminente la imagen de Quino de Carranza se convierte en ejemplo de una vida plena. Un ejemplo a seguir.