Mi Andalucía ideal sería aquella en la que nuestros políticos no se tiraran los trastos a la cabeza por sistema -sólo cuando encartara-. A veces da la impresión de que se comportan igual que las tribus del Neolítico en cuanto escaseaba el agua. La evolución de la Humanidad, coincidirán con un servidor, también debería notarse en nuestros cargos electos.
Y sin embargo, intenten introducirse en el circuito de cables y sensores de nuestros androides políticos de protocolo. Capaces son de soltar, en décimas de segundo, eso de «los andaluces y las andaluzas», pues no les hacen ascos a destrozar el idioma, pero sentir un mínimo de empatía por el adversario político ya es harina de otro costal. La mayoría no está programada para eso.
Y sin embargo, qué pequeño milagro sería encontrar en la gris uniformidad de nuestros dos grandes partidos un alma brillante e independiente, capaz de no poner en cuarentena por sistema todo lo que salga de la boquita de un androide rival, ya sea de la Junta o del Ayuntamiento de Málaga. ¿Permitirían sendas superestructuras alguien así? Y no me refiero a nuestra exalcaldesa Celia Villalobos, pues como un servidor ha dicho antes, se trataría de una mente independiente y brillante, no de una mente impulsiva.
Pero, ¿dónde escarbar? Cada vez que hay elecciones nuestros androides, candidatos o no, desvarían más que Hal 9000 al final de 2001 Una Odisea del espacio.
Si se trata de las municipales, en cuanto les das la oportunidad te pintan Sevilla como la nueva Babilonia, cayendo sin querer en los instintos más primarios de los androides nacionalistas, sin duda los de los circuitos electrónicos más toscos.
Si hablamos de las autonómicas, las andanadas suelen dirigirse al Gobierno central, a cuyos miembros suelen describir como lobos sangrientos que quieren despedazarnos. Y así no vamos a ningún sitio.
La Andalucía ideal de un servidor sería aquella que dejara en un segundo plano himnos, soflamas y banderitas para centrarse más en la idea de un proyecto cívico y solidario de toda España, que no se dejara influenciar por la reinvención del pasado ni los mitos de los androides nacionalistas, que allá ellos con su desvarío identitario.
Esa Andalucía perfecta, siempre para un humilde servidor, sería aquella en la que nuestros robots electos llamaran a las cosas por su nombre y se dejaran de eufemismos y expresiones tan cursis como «faltar a la verdad» pues cuando alguien miente hay que decirlo con todas las consecuencias. Y por encima de todo, sería una Andalucía que se olvidara de la maldición del ladrillo y que encontrara su futuro laboral –el famoso «modelo productivo» del que hablan nuestros androides– sin la obligación de seguir hipotecando nuestro paisaje para los próximos siglos con funestas consecuencias, como hoy vemos.
Y qué duda cabe que en los últimos años, nuestra región ha sufrido un repunte de androides choriceros, capaces de vender a su madre por un plato de alta cocina (de lentejas ni hablamos). Si el proceso de selección de nuestros robots no se afina, estamos vendidos. Feliz Día de Andalucía para el que pueda disfrutarlo.