A veces, parece que olvidamos que, en un ejercicio de inconsciencia colectiva jaleado por las autoridades, en los últimos 20 años media España se ha dedicado a levantar pisos.
En esta frenética tarea nuestro país alcanzó cotas de producción dignas de pesadilla, cuyo resultado podemos apreciar, no sólo en la crisis actual, sino también en nuestra acementada Costa del Sol y en algunos páramos toledanos. En esos años de bonanza, el modelo constructivo fue el de la Cruz de Humilladero y algunos barrios de la Carretera de Cádiz, con el toque actualizado de las manadas de dúplex.
Por eso, resulta chocante la falta de sintonía de nuestro Ayuntamiento con los vecinos de Soliva que llevan los últimos dos años reclamando la protección de una laguna en terrenos privados y de próxima construcción. Nuestro Consistorio se aferra a lo aprobado en el plan parcial, antes de que esta laguna creciera y estuviera en su apogeo.
La postura del equipo de gobierno no sólo parece estar anclada en los años del ladrillo, lo que ya de por sí es un anacronismo, sino que directamente exhibe unos argumentos que harían desmoronarse aún más los datos españoles del informe Pisa. Porque afirmar que la laguna carece de valor ecológico dado que su origen no es natural sino artificial merecería incluirse en la Antología del Disparate del desaparecido malagueño de adopción Luis Díez Jiménez, la recopilación de deslices en los exámenes de alumnos en la luna de Valencia.
Porque cualquier conocedor de los espacios naturales de Málaga sabe que los más importantes no han nacido al ritmo de la Pastoral de Beethoven y las fuerzas de la Naturaleza, sino por la mano del Hombre.
Ahí tenemos los Montes de Málaga, surgidos gracias a una tenaz repoblación o la desembocadura del Guadalhorce, que hoy tiene el aspecto actual por las masivas extracciones de áridos del pasado.
El caso de la laguna de la Barrera es idéntico al de la laguna que hoy minusvalora el equipo de gobierno: era una antigua cantera de arcilla. Por suerte, la ciudad sorteó la legión de almas de cántaro que negaba valor al hoy espléndido parque por su origen artificial.
En la misma línea, hay que hablar de la laguna de Los Prados, finalmente protegida, que nació de un antiguo estercolero. Ya me dirán dónde estarían los espacios naturales de Málaga con esta postura.
En lugar de demostrar menos sensibilidad ecológica que Atila, nuestro Consistorio debería escuchar a los vecinos de Soliva y dar una oportunidad a la laguna. Al fin y al cabo, en esa zona hay previstos 43.000 metros cuadrados de espacios verdes, ¿por qué no cambiar el plan parcial y hacer que coincidan con la laguna? Y en todo caso, aguardemos al menos a los informes medioambientales en lugar de descalificar por sistema este auténtico regalo para el barrio.
Y por favor, que nuestros representantes públicos no empleen razonamientos que les habrían bajado la nota final en Selectividad.