Hace unos años se hizo muy popular el juego Dónde está Wally. Ya saben, ese niño con gafas y jersey del Atlético de Madrid que tenía la facultad de ocultarse entre la multitud y para localizarlo había que dejarse unas cuantas dioptrías en el empeño.
Tan popular se hizo ese juego, que ha tenido muchas variantes y un servidor ya les puede adelantar que se prepara una versión parecida inspirada en buena parte en la Semana Santa de Málaga.
Pero no hace falta irse a los libros de papel para reproducir este juego en las calles de Málaga y sobre todo, en sus espacios de asueto.
Tres de los casos más clamorosos son sendas estatuas públicas, una de las cuales ha sido perenne protagonista de estas crónicas por su estado de abandono y su desdichado emplazamiento. Nos estamos refiriendo a la estatua de Salomón Ben Gabirol, en los antiguos jardines que llevaban su nombre, hoy de Manuel Atencia García, en la calle Alcazabilla.
Ya no es sólo que la escultura se encuentre sucia y erosionada por la genial idea de no ponerle un pequeño pedestal, ya no es que los perros confundan las vestiduras del filósofo judío con una farola para cambiar el agua al canario. A esta situación de indefensión hay que sumar su paulatino ocultamiento, por un frente de barriles de un establecimiento vecino.
Hace unos días, una pareja de extranjeros descubrió la escultura entre el mobiliario de hostelería y para acercarse a esta obra del artista norteamericano Hamilton Reed Amstrong, que realizó hacia 1970, tuvo que practicar una verdadera gymkana.
Y más perdido que el carro de Manolo Escobar se encuentra la estatua al pintor Bernardo Ferrándiz en el Parque. Pese a que fue la primera en inaugurar esta zona verde, allá por 1913, está emplazada en medio de la espesura, como si pretendieran esconderla del ejército de Vietnam del Norte.
El tercer caso ya lo hemos comentado en esta sección alguna vez. Se trata de la estatua de Félix Rodríguez de la Fuente en los jardines de Picasso. Las manadas de homínidos malaguitas se han cebado tanto con este homenaje de los niños malagueños, que el Ayuntamiento ha optado por ponerle delante una muralla de palmeras y rocas para que no asome ni el tupé del naturalista. Wally, al lado de estas tres obras de arte, es un principiante.
Pesetas y peinetas
También en Málaga se está imponiendo como verdad absoluta la metedura de pata del Sabio de Hortaleza, Luis Aragonés, quien en una rueda de prensa hace unos años en lugar de hablar de «hacer la peseta», el famoso insulto gestual, dijo «hacer la peineta».
Y como los medios de comunicación muchas veces actuamos de amplificadores de la ignorancia, ahí tenemos que lo que el excajero Luis Bárcenas nos dedicó hace unos días no fue la peseta sino «la peineta». Se llama «hacer la peseta» –mostrar el dedo corazón extendido y el resto cerrado, simulando un falo– por una de las columnas de Hércules que aparecían en las monedas de cinco reales de vellón o peseta columnaria acuñadas en América. El fútbol también manda en el lenguaje.