En abril del año pasado, en la última entrevista concedida antes de dejar su puesto como director de la Escuela de Hostelería de la Cónsula, el exconsejero de Trabajo Francisco Oliva hacía una demoledora reflexión. Calculaba que entre el 80 y el 90 por ciento de los jóvenes que se dedicaba a la política en el PP y el PSOE de Málaga no había trabajado nunca fuera de ella y les aconsejaba, si tenían vocación, que primero trabajaran para conocer de qué va la calle y luego se dedicaran a la política, como fue el caso de este antiguo abogado laboralista malagueño.
La realidad es que existe una amplísima lista de políticos que no han salido del regazo protector de sus respectivas formaciones desde que ingresaron, siendo mozuelos, en las juventudes o en las generaciones respectivas.
Casi un año después de estas declaraciones y ya en un segundo plano de la política (lástima que no lo hiciera estando en primera fila), ahora es la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, quien realiza una reflexión parecida y pide que a los políticos del futuro se les exija como mínimo que hayan cotizado en la Seguridad Social, una prueba de que ganaron unas oposiciones a la administración pública o que trabajaron en la empresa privada. En fin, que demuestren que se saben ganar las habichuelas fuera del aparatchik.
Si ahora mismo se pidiera este requisito, la mayoría de cuadros de los partidos españoles quedaría tan vacío como el edificio de Correos, del que se ha vuelto a hablar esta semana.
La cuestión es si nuestros representantes actuales tendrán la valentía de aumentar el nivel de admisión a una profesión que, por lo que vemos, es una suerte de rotación continua por los cargos más variados hasta alcanzar la mullida jubilación, un trabajo con sueldos mucho más elevados que los de la media y en el que la obediencia se valora en muchas ocasiones más que la eficacia.
Ahora mismo, sólo una minoría de políticos se cuestiona esta vocación como algo temporal, así que, antes de seguir aumentando el alarmante ejército de androides de protocolo de la política, con un cuestionable dominio del español y escasas dotes para el pensamiento independiente, a lo mejor hay que hacer caso al socialista Francisco Oliva y a la popular Esperanza Aguirre y tomar medidas.
Y ahora viene la pregunta del millón, ¿quién será el valiente que, en Málaga por ejemplo, dará el primer paso y desmantela este autocomplaciente sistema que tan bien sortea la crisis?
Exquisitos modales
La decadencia del Imperio Romano, de haber existido entonces un transporte público a motor, bien podría haber comenzado con un chiflido como el que lanzó la semana pasada en un autobús de la línea 3 de la EMT un plantígrado de unos 25 años. Se encontraba este espécimen bípedo delante de la puerta de salida, y como ésta no se abría, a continuación del silbido salió de su garganta un grito primitivo dirigido al conductor que decía algo así como «¡Aaaabreee!» (aunque él lo habría escrito con hache).
Habría que añadir un pequeño detalle. Los candidatos a políticos tendrían que haber trabajado en algo anteriormente, pero que no sea en empresas públicas, podrían ser colocados con ciertas miras, por su linda cara y pertenecer al partido que influya en el momento.
Mientras sigamos premiando en las urnas el modelo actual, no se atreve a desmantelarlo nadie.