El canónigo granadino del XVIII Cristóbal Medina Conde ha pasado a la historia de la ciudad como autor de las Conversaciones históricas malagueñas, libro que tuvo que firmar con el nombre de su sobrino Cecilio García de la Leña, cuando las autoridades le prohibieron seguir escribiendo.
Aparte del caudal informativo que este religioso extrajo del pasado de la ciudad, ha pasado a la posteridad por lo turbio de su proceder, hasta el punto de que algo tiene en común, por lo pícara y atribulada de su vida, con un escritor de la época poco reconocido, aunque a muchos les sonará del colegio, Diego Torres de Villarroel.
Porque de don Cristóbal se sabe que fue diestro en el arte de manipular papeles, sobre todo los que tenían que ver con sus orígenes, sin olvidar su paso por la cárcel por ese sospechoso amor por cambiar el pasado, algo que puso en práctica también a la hora de autentificar documentos históricos de Granada más falsos que Judas.
Afortunadamente, en Málaga ha pesado más su aportación al escrutinio del pasado que sus afanes por alterar, por ejemplo, el ignoto origen de su padre. Por eso, en 1887 el Ayuntamiento le dedicó una calle discreta, prácticamente una esquina, un absurdo requiebro que en realidad es la huella defensiva de la antigua puerta de Granada, en la calle Granada, junto a la plaza de la Merced.
La calle o requiebro de Medina Conde pasó los primeros años del siglo XXI ocupada por recias y sonoras planchas metálicas, para amortiguar el paso de los camiones que iban a convertir el palacio de los Gálvez (en realidad, de Solecio) en un hotel de 5 estrellas y no en el cascajo mugriento de nuestros días.
Resulta paradójico cómo, la discreta calle del canónigo, apenas treinta pasos, tiene hoy un aspecto nuevo y renovado, mientras el tramo vecino de la iglesia más antigua de Málaga –la de Santiago– sigue esperando un arquitecto redentor.
La retirada de las planchas de la calle Medina Conde ha permitido volver a descubrir el pavimento de discreto enchinado artístico, apenas un tramo central del piso.
Además, el número 3 ha sido rehabilitado, desvelando una preciosa vivienda con aires del siglo de las Luces, con balcones preñados y las pinceladas de una preciosa decoración mural a base de adornos geométricos. Confiemos en que la restauración, cuando se complete, mande al exilio interior las lianas de cables de la fachada.
Así pues, con suma discreción, sin hacer ruido, la calle Medina Conde ha dejado de ser ese lugar por el que pasamos por equivocación, con la particularidad de que en verano estaba siempre animado por una pertinaz familia de moscas. Bienvenida sea a la normalidad la calle de este canónigo viajero, escrutador y artesano de la Historia.
En paz
»Lo importante es vivir en paz, da igual que seas español, francés, israelí o palestino», consejo de un padre a un hijo esta semana en la Alameda Principal.