Se veía venir y es que el puente del Centro de Arte Contemporáneo, si bien es ideal para anclar las promesas de amor eterno –ya saben, ese mar de candados con llaves arrojadas al, casi siempre, cauce seco del Guadalmedina– sin embargo está demasiado alejado del Centro Histórico propiamente dicho.
Vamos, que una cosa es prometerse amor para siempre y otra trasponer hasta el puente del CAC que, además de quedar algo distante, tampoco mucho, sí es cierto que anda ya sobrecargado de candados románticos.
El escritor italiano Federico Moccia, con su novela cuyo título tiene ecos antropófagos, Hoy tengo ganas de ti, es el indirecto promotor de la idea, pues los protagonistas del romance sellan su amor, así como su querencia por el gremio de los ferreteros, colocando un candado con sus iniciales en una farola del puente Milvio, en Roma.
Atiborrado el puente del CAC, no del todo céntrico, las parejas de enamorados comprometen ahora sus destinos ante un puente de tintes mucho más románticos: el de la Esperanza.
Aprovechando las celdillas metálicas de varios de sus tramos, en pocas semanas el romanticismo se ha extendido por su moderno diseño, que ahora alberga recias promesas de un peso innegable.
Está por ver si esta moda se extiende río arriba, hasta alturas exentas de romance alguno como las del puente del Conservatorio, donde desde hace demasiados años ningún responsable (todos se muestran igual de irresponsables) acaba con un par de vertidos de aguas fecales al Guadalmedina.
Poco propenso a los sentimientos intensos es este puente, más amigo de los olores perpetuos, pues en lugar de evocarnos, por su nombre, música de violines, nos transporta a las cloacas de Roma. Pero esto ya es otra historia.
El puente del CAC y el de la Esperanza están sirviendo de simbólico punto de encuentro de las parejas y alivio económico de las ferreterías. Palabras mayores será si la moda se extiende a puentes históricos como el de los Alemanes, la Aurora o el de Armiñán. En estos casos debería prevalecer el patrimonio antes que futuros matrimonios. Así es la vida.
Televidentes
Honremos de nuevo una irónica pintada en una pared huérfana de la calle Alonso de Palencia, una de las mejores de las perpetradas este año en las calles de Málaga, si no fue perpetrada antes: «No me leas, ve la tele».
Contraste
Nada que ver con una pintada que, además de bastante menos irónica, arruina una veterana fachada en el número 7 de la histórica calle Correo Viejo. Fue realizada por algún alma de cántaro en caracteres gigantescos y puede leerse «Ni machos ni fachos», acompañada de un símbolo feministas. Contrasta en este sentido la sensibilidad del autor por la violencia de género con los aires insensibles y vandálicos de la pintada, que no duda en cargarse una fachada.