Ha coincidido casi en el tiempo la charla de nuestro alcalde en Nueva York, hablando sobre Málaga como ciudad inteligente, con la cíclica demostración de nuestros desbordamientos inteligentes y en especial, lo espabilados que nos han salido nuestros arroyos, siempre buscando una salida al mar por donde se tercie, aunque sea por mitad de Ciudad Jardín.
Ha sido una pena que la audiencia neoyorquina no contemplara en directo este espectáculo de la Naturaleza, pero seguro que habrá más ocasiones.
También es casualidad que hace unos días, el veterano redactor de Radio Nacional de España, Guillermo Jiménez Smerdou, publicara en este diario cuatro páginas sobre los desbordamientos del Guadalmedina desde el siglo XV. El más antiguo de los documentados, en 1434, cuando la entonces ciudad musulmana descubría una catástrofe natural que le acompañaría los próximos cinco siglos, y los que nos quedan.
Tras la tromba se plantea un problema irresoluble, de los muchos que soporta Málaga, como la falta de terminación de la Catedral. Los expertos plantean que el emplazamiento de Málaga es problemático y de ahí que sufra estos aluviones. Eso ya lo sabemos pero, admitámoslo, no es tiempo de echarle la culpa a los fenicios.
Los años de la burbuja inmobiliaria, disfrazados en Málaga como una era de modernidad y riqueza para todos, ha creado verdaderos horrores urbanísticos en sitios en los que sólo deberían vivir las cabras.
Que los políticos que autorizaron estas tropelías, como la fracasada macrourbanización en lo alto del Limonar, no hayan adecuado las redes pluviales debería plantearles encontrar una salida, no al agua de lluvia, sino a su carrera, pero no caerá esa breva.
Lo que resulta, hasta cierto punto, enternecedor, es la capacidad innata de la Junta de Andalucía para echar las culpas al Ayuntamiento, en este caso de corto pero intenso diluvio.
No opinan lo mismo los vecinos del Limonar, que ahora mismo tienen una visión bastante negativa de la capacidad de entrega en el trabajode la Agencia Andaluza del Agua.
El 20 de octubre este diario recogió la preocupación vecinal por la selva amazónica en la que se había convertido el cauce del arroyo de la Caleta, a la altura de la calle de La Era. En estos 20 días, la Agencia Andaluza del Agua no ha movido un músculo para enmendar la situación (todos los vecinos consultados señalan que es que allí no se ha visto nunca a nadie talando). ¿No es tierna, por no decir cómica o desesperante, esta falta de madurez administrativa?
Tras la lluvia viene otra que cala hasta la extenuación, la de los reproches. Los expertos, mientras tanto, ignoran sabiamente el intercambio de disparos y plantean preguntas que nadie ha sabido responder desde hace más de medio siglo. ¿por qué no se continuaron las esperanzadoras repoblaciones masivas del siglo XX?, ¿qué hace ese entorno del Guadalmedina reforestado a medias? Ya tenemos materia de discusión para los próximos 20 años. Hasta la próxima inundación.