Pongámonos en situación. Viajemos unos años atrás a la Málaga de la sobreexplotación del ladrillo. Esa en la que floreció como nunca en su historia uno de sus prototipos primigenios, el merdellón, en su acepción primitiva de nuevo rico con gustos horteras.
Eran los tiempos en los que el merdellón llegó tan lejos que, plasmada la esencia del merdelloneo en el programa de un partido, alcanzó la gloria electoral en Marbella y pueblos aledaños, deslumbrados por los destellos de los cristos de Dalí, al cuello de sus próceres.
En esos tiempos de bonanza y basta pedrería se extendió la práctica de construir un bloque y añadirle un piso más camuflado en el tejado. Sin ir más lejos, hace pocos años, un constructor malagueño y de prestigio, acostumbrado todavía a estos tics de la picaresca inmobiliaria, levantó un bloquecito para sus allegados en un rincón de Málaga y quiso meter de tapadillo un piso más en la cubierta. Los vecinos, alertados de la fullería, denunciaron el caso a Urbanismo y el afamado prohombre, pillado infraganti, tuvo que dar marcha atrás.
Por eso, a nadie debe extrañar que el tejado que le ha salido al palacio de la Aduana recuerde más a un piso con todas las de la ley, que a ese tejado que iba a volver a cubrir el viejo edificio de tiempos de Carlos III. La idea era buena pero la puesta en práctica ha tenido la sutileza de 13 Rúe del Percebe.
Como muchos sabrán, en 1923 la Aduana sufrió un pavoroso incendio y el tejado de madera se perdió para los siguientes 85 años.
La mayoría de los malagueños sólo recordaba el edificio desprovisto de cubierta alguna, y no era de extrañar que esta curiosa anomalía fuera aprovechada por Eugenio Chicano para su impactante dibujo de La Aduana para Málaga, el movimiento que pedía el Museo de Bellas Artes en el que entonces era el Gobierno Civil. El maestro Chicano pintó una aduana de cuyo patio central sobresalía un buen puñado de pinceles.
Así pues, al marcharse la alicaída administración central al hotelito de la Caleta, había que aplaudir el regreso de la cubierta. Pero aquí, ya sabe, del dicho al hecho hay un trecho y lo que en realidad tenemos es una gigantesca estructura que, entre otras lindezas, se ha cargado magníficas vistas de la ciudad.
Varias fuentes municipales han mostrado al autor de estas líneas su malestar por el exceso de hechuras de la novedad y reconocen que los autores de la idea se han pasado en sus dimensiones.
La prueba del algodón la tenemos en la fortaleza árabe. Echen una mañana en la Alcazaba y verán cómo han desaparecido preciosas vistas de Málaga desde algunos de los torreones por la irrupción de este apaño, pelín exagerado.
La recuperación de la Aduana es una magnífica noticia, la reinterpretación del tejado, sin embargo, parece homenajear esos años dorados de la picaresca inmobiliaria y la verdad, visto el panorama económico, se podían haber moderado un poco.
La llamada
Una turista preguntaba ayer por la calle «del Marqués». Quizás sea la primera turista en llamar así a la calle Larios.