Hoy contaremos la anécdota de dos amigos, uno de ellos residente desde hace años en Málaga capital, que este verano viajaron a China para conocerla de punta a punta durante cerca de un mes.
Como decía un preclaro expresidente de la Diputación, China «no es un huevo que se echa a freir» y el principal problema con que se encuentra un viajero es el del idioma, habida cuenta de que si el nivel de lenguas extranjeras es misérrimo en Málaga, en China es sencillamente etéreo y el inglés sólo se escucha en las canciones de los mp3.
Para que los occidentales no se pierdan en el laberinto del idioma chino, Mao promulgó en 1970 el pinyin, el mandarín con letras del alfabeto latino. El problema es que es más fácil que el camello pase por el ojo de la aguja que encontrar a alguien que entienda el pinyin. En suma, los viajeros se tienen que enfrentar con los caracteres chinos, una auténtica muralla del país.
Estos dos amigos paseaban un domingo por la tarde por Pekín y vieron una larguísimos cola de gente en el estadio de fútbol. «Domingo por la tarde, colas, fútbol», pensaron y se sumaron para ver el partido, después de regatear hasta la extenuación con los reventas.
Cuando entraron en el gigantesco estadio, que estaba semivacío y con dificultades para entender el chino mandarín, se sentaron cerca de sus asientos correspondientes. Al parecer, los pekineses suelen ser extremadamente educados y ordenados, de ahí que se lleve a rajatabla el sentarse en los asientos que les tocan en suerte.
Por eso, al poco rato vieron a un chino pegado a ellos, consultando el número de asiento y dando vueltas alrededor de la pareja como un cuchara. Uno de los dos amigos, claro, estaba sentado en el asiento del chino. Sin embargo, su educación extrema se tornó en mutismo y no les comunicó la usurpación, así que se fue a otro asiento, provocando así a medio plazo una reacción en cadena de pekineses sentados donde no debían.
El caso es que los amigos no se movieron y se percataron de algo que les olió a chamusquina: el terreno de juego estaba repleto de sillas con un escenario en un extremo, al tiempo que los asistentes al evento no dejaban de hacerles fotos, pues les hacía mucha gracia que estuvieran allí.
Como ya se deduce, estos viajeros no asistieron a ningún partido de fútbol Pekín-Shanghai ni nada parecido. En realidad se metieron sin saberlo en un concierto multitudinario del ‘Alejandro Sanz chino’, que duró un suspiro, en concreto tres horas y media.
Las fotos que estos amigos hicieron de la empalagosa velada muestran el estadio con miles de espectadores agitando bastoncitos luminosos, mientras corean –suponemos– estribillos de amores tormentosos. Fue una tarde de fútbol inolvidable… o una encerrona digna de recuerdo.
Impunidad
Este verano, decenas de merenderos de Málaga han seguido ofreciendo, fuera de carta, supuestos chanquetes (o habrá que decir en muchos casos crías de otras especies) con todo el desparpajo del mundo.