Hoy viajaremos en el tiempo, o habrá que decir al mal tiempo de la noche del 22 de diciembre de 1891, cuando cayeron chuzos de punta y los arroyos de la falda de Gibralfaro inundaron el barrio de laVictoria y la calle Granada, llegando a la mismísima plaza de la Constitución, mientras que el Guadalmedina y el arroyo del Cuarto se encargaban del resto de la ciudad, en especial del Perchel y la Trinidad.
Serían las cinco y media de la tarde cuando el industrial inglés Ruperto Heaton, propietario de la Fundición La Esperanza en Huelin, trataba de llegar en su coche de caballos (en realidad un caballo, porque era un tilbury) a su casa junto al Valle de los Galanes, que bien podría ser ya por esas fechas Villa Cristina. Iba acompañado el ingeniero por dos de sus hijos, Fernando (al pescante junto a su padre) y Federico, además de por el suegro del primero, el señor John Homer, de 57 años.
El coche de caballos consiguió cruzar el arroyo de la Caleta, pero no pudo hacer lo mismo con el arroyo Jaboneros, que bajaba enfurecido, así que regresaron con la idea de pasar la noche en el Centro.
Sin embargo, se toparon con el crecido arroyo de la Caleta y pese a los consejos de algunas personas de que no lo cruzaran, el coche se abrió paso por la corriente, pero esta era demasiado fuerte y volcó, de hecho, coche y montura fueron arrastrados hasta chocar contra el puente del tren que entonces unía las canteras de Pedregalejo y Almellones con el futuro puerto.
En cuanto a los ocupantes, lucharon por su vida de forma titánica: Ruperto y su hijo Fernando fueron salvados por un procurador y un guardia civil que presenciaron la tragedia junto al llamado hotel restaurant Hernán Cortés, antepasado del hotel Caleta Palace, hoy Subdelegación del Gobierno.
Padre e hijo fueron auxiliados en el Hernán Cortés. En cuanto a Federico Heaton y John Homer, fueron arrastrados por la corriente y murieron ahogados. En el Cementerio Inglés descansan los restos de este último, pero, al menos en el registro de 2004, no aparece la tumba del primero. La tragedia no entiende de clases sociales. Por fortuna, en nuestros días estos desbordamientos son mucho más escasos y no están tan fuera de control. Crucemos los dedos.
Antes del mutis
Como alguna vez ha escrito un servidor, aunque el jeque cogiera las de Villadiego mañana mismo, harto de que sus proyectos inmobiliarios no cuajen, habrá que agradecerle estos dos años que en esta misma semana han colocado al Málaga en la Copa de Europa (eso de «la Champions» al firmante le suena a champiñones).
Y ha devuelto a muchos malagueños la ilusión infantil, que pervive de adulto, por el fútbol, un detalle que se vive en todos los ámbitos, como ese cerrajero malagueño que estos días reparte su tarjeta con sus señas profesionales, presidida por el escudo del Málaga. C.F. con La Rosaleda de fondo. Todo eso lo ha conseguido un señor que vive, no en la quinta sino en la sexta puñeta y que a la hora de marcharse, pues ganas tiene, habrá que despedirle con una sonrisa y no precisamente de alivio.