Los nombres tradicionales como María, Antonio, Pilar o José no tienen cabida en las columnas de entrada al Parque Huelin, que como otros espacios públicos de Málaga, exhiben pintadas con nombres más exóticos como Nerea, Braian (sic), Zaira, Altea, Elisabeth o Yurena. ¿Acaso llamarse Miguel o Ana implica un rechazo genético al spray? Los datos están ahí y no le corresponde a un servidor interpretarlos.
Pero dejemos este debate nominal para adentrarnos en un parque que hace tiempo que dejó atrás la fase esteparia para regalarnos en este verano de plomo la sombra de ficus, jacarandas y álamos estratégicamente dispuestos para que pasear por él no sea uno de los trabajos de Hércules. Todo parece cuidado a la perfección en este parque que ha encontrado la solución a los perros que corretean como el IBEX35 en sus mejores tiempos con un ambicioso parque canino que. Al contrario que otros de nuestra ciudad, es bastante utilizado. Aunque en el momento del paseo, esta misma semana, el dueño de un perro, jaleado por su familia, se introducía junto con su mascota en la laguna artificial del parque con esa isleta en la que descansa un barco de pesca.
Abriéndose paso en esa crema espumosa que encontramos en todas las lagunas artificiales, la pareja de dueño y perro escenificó un brindis a la imprudencia y a la insalubridad.
El único pero de esta zona verde digna de visitarse es el faro que lo preside y que con permiso del Nuevo Testamento parece un sepulcro blanqueado.
Aunque concebido como un mirador, los amigos de los escatológico lo han convertido en refugio para sus apreturas, como dan fe varias plastas de origen terrícola que jalonan esta terraza. Y seguimos con las pintadas porque acompañando este panorama devastador, en el que asoma un colchón quemado, destacan tres pintadas fareras dignas de estudio científico: «Sergiyoo», «Andriyy» y «el impacttoo». Obsérvese la repetición de vocales y concluirán que sus zopencos autores nos gritan la gesta al oído.
Deporte bursátil
Ustedes disculparán una pequeña digresión deportiva, pero en estos días finales de las Olimpiadas de Londres, uno nota que muchos malagueños han dejado de mirar la prima de riesgo para desplazarse al medallero.
Y no deja de ser una suerte de obsesión bursátil deportiva la que mueve a miles de nuestros vecinos a centrarse tanto en esa lista numérica, que se ha convertido, para muchos, en sinónimo de honra nacional.
Se da el caso, o a un servidor al menos se lo parece, que la gran obsesión de muchos fanáticos de las Olimpiadas no es el espectáculo deportivo en sí sino cuántas medallas conseguimos y a cuántos países rebasamos en la tabla.
En estos días en los que el imperio del fútbol pasa a un discreto tercer plano, lo que más escucha uno por la calle no son comentarios sobre gestas deportivas de uno u otro país sino «cómo vamos en el medallero». El índice de éxitos deportivos atrae más que el deporte en sí.