Como una cantinela o un mantra tibetano, casi todos los malagueños han escuchado hasta la saciedad los lugares comunes de la Málaga industrial del XIX, con obligadas menciones a los barcos de Manuel Agustín Heredia, los altos hornos, fábricas y porrillo y el envío de los vinos de Málaga donde Franco perdió el mechero, signo de una bonanza económica que hoy suena a cuento de hadas.
Pero para sumergirnos y casi vivir esa época alejados de los tópicos, las hemerotecas, los viejos periódicos de entonces, nos dan una visión precisa que nos permite entrar en el túnel del tiempo. Hoy y mañana haremos ese viaje.
Y para comenzar, nada como ver lo que en 1849 vendían las tiendas de esa Málaga pujante, que tres años atrás había perdido al mencionado Heredia, que llegó a ser el hombre más rico de España. Podían encontrarse en las tiendas malagueñas lana de vellón, guantes de cabritilla, exótica pomada indiana de la isla de Tahití, aceite de coco «para hacer crecer el pelo», agua de Colonia (la auténtica alemana), pelucas y tupés «de última moda», así como barricas de carne salada para los ranchos de los buques.
Y es que esa Málaga cosmopolita se movía por diligencias (la de Granada salía de la plaza de Arriola a diario) y barcos, como el nuevo vapor M.A. Heredia (cómo no), de 260 caballos, que saldría para El Havre «y los puntos acostumbrados de escala» o la corbeta Tres Amigos, que capitaneada por Esteban Mercenario, saldría en breve para Santiago de Cuba y Trinidad y anunciaba que todavía admitía «resto de carga y pasajeros». Las barricas de carne salada estaban por tanto a la orden del día.
Y no es de extrañar que los almacenes se congregaran en las proximidades del Puerto –el viejo puerto vecino de la Aduana de Málaga– ya fuera en la Alameda o en la misma Cortina del Muelle, hoy un espacio desmejorado de la ciudad, con esa calle dedicada a Don Juan de Málaga, en donde en 1849 estaba en venta un apetitoso almacén.
La zona de la Cortina del Muelle, cuando llegaban los calores veraniegos, estaba de moda también para los baños de las mujeres, mientras los hombres se bañaban por la parte de la Pescadería. Eso sí, estaba complicado disfrutar del verano pues las mujeres debían bañarse a partir de las 10 de la noche, embutidas en varios kilos de telas.
Esta circunstancia del baño nocturno hizo que la zona se conociera como los baños de ciegos y tres años más tarde, la normativa de no bañarse antes de las 10 de la noche se extendió a los hombres en un bando municipal. Los sorprendidos en el agua antes de esa hora podían ser arrestados durante cuatro días por escándalo público.
A pesar de un horario tan cenizo y tan poco previsor del turismo del siglo siguiente, el comerciante de la calle Especería Francisco de Paula García anunciaba la llegada de un nuevo surtido de calzoncillos de baños. Y es que en verano, baños lo que se dice baños, estaban de moda los de Carratraca, a los que, quienes tenían posibles acudían con toda la familia y criados. Mañana, más historias de actualidad.