Ayer hablamos de uno de los rincones de Málaga que de ningún modo deben visitar los cruceristas, pero tampoco los primeros ministros extranjeros de recaída en Málaga; los alcaldes de ciudades hermanadas al otro lado del Charco o de los Pirineos, sin olvidar a cualquier persona amante de la belleza y enemiga de las impresiones fuertes.
Nos estamos refiriendo a los nauseabundos alrededores del Cementerio de San Miguel. Y es una pena que la rehabilitación del histórico camposanto no haya ido acompañada del arreglo discreto de su entorno más inmediato, y estamos hablando únicamente de unos 50 metros a la redonda.
Ayer hablamos de que este pasado lunes, el alcalde y varios concejales asistieron al acto de regreso a su nicho de los restos mortales del fraile Francisco Vicaría, uno de los frailes del convento perchelero del Carmen que asistió a Torrijos y a sus compañeros.
Cuando terminó esta ceremonia, el autor de estas líneas se dio una vuelta, mientras el alcalde atendía a los periodistas para comentarles asuntos administrativamente más prolijos –los medios de comunicación de Málaga necesitan una media de dos raciones diarias de declaraciones del primer edil, así que ya tocaba la dosis de la mañana–.
Y era curioso ver a nuestro alcalde rodeado de micrófonos a la entrada del Cementerio, mientras en el lateral izquierdo, una vecina de Fuente Olletas se acordaba, metafóricamente hablando, de los familiares de toda la corporación municipal. Hubo un momento en que estuvieron en línea visual el alcalde, hablando de la prolija administración y esta vecina, cargada con bolsas de la compra y recorriendo un camino que Dante habría identificado con lo más agreste del Purgatorio.
Fuentes próximas al Ayuntamiento nos informan de que este camino de cabras forma parte de una parcela municipal, que tiene en su ladera pegada al cementerio la mayor acumulación de basura. Los escombros y las cacas caninas (de gran danés, como mínimo) comparten espacio con las pintadas en el exterior del cementerio y los restos de un colchón.
Se comprende la expresión de cabreo contenido de esta vecina, que contaba a este cronista el paseo diario para acortar trayecto, aunque siempre exista el riesgo de pillar el tifus.
Lindando con este camino hay medio cerro (no queda más) que ha sido trajinado a fondo por camiones. Una vez que el paseante deja atrás un par de sanitarios rotos y sube a lo alto de esta media loma se encontrará con más cacas de gran danés y con un paisaje poco conocido de Málaga.
A la izquierda, las cúpulas y remates de los panteones de San Miguel, que poco a poco van saliendo del olvido; a la derecha, varias edificaciones de alturas desiguales y una huerta aderezada con un par de chambaos de lata para guardar coches.
El Ayuntamiento debería culminar la rehabilitación del camposanto empezando a tomarse en serio los aledaños del cementerio que, como vemos, podría ayudar al equipo olímpico español de Atletismo porque es para salir corriendo.