La fuente del gato y otros horrores de San Miguel

18 Jul

No sé si recuerdan el paisaje devastado y periférico por el que se mueve el cómico italiano Totó en la película Pajaritos y pajarracos de Pasolini. Si no han visto esa comedia surrealista y de gran tono social pueden suplirlo dándose una vuelta por los alrededores del Cementerio de San Miguel, que están tan inmundos que un servidor les dedicará el artículo de hoy y el de mañana, porque la cochambre tiene dos ambientes muy diferenciadas pero de marcado carácter.

Precisamente el pasado lunes, en el acto de regreso a su nicho de los restos mortales del padre Francisco Vicaría –el fraile carmelita que dio consuelo espiritual al general Torrijos y sus compañeros– acudieron al camposanto un buen número de medios de comunicación, presidentes de colectivos y concejales, capitaneados por el alcalde de Málaga Francisco de la Torre.

La pena de estos actos es que los políticos suelen acudir casi en volandas, normalmente en coche oficial, así que es complicado detectar la decadencia de tu entorno en esas condiciones si una vez concluida la ceremonia sales que te las pelas hasta otro punto de la ciudad.

El lunes, sin embargo, el presidente de la Asociación de Amigos del Cementerio de San Miguel, José Luis Cabrera, tuvo la oportunidad de decir unas palabras, entre ellas las de reclamar al alcalde la reforma de la plaza del Patrocinio, la inmunda plaza que da la bienvenida al remodelado camposanto. Cree con muy buen tino José Luis Cabrera que la remodelación también ayudaría a regenerar los alrededores.

Lo que no regenera ni a una hormiga es el actual panorama, un parking a cielo abierto que en los días de más ocupación se convierte en un laberinto de coches.

El lunes, una vez concluida la ceremonia del padre Vicaría, el autor de estas líneas dio un paseo por este aparcamiento y junto con la directora del Cementerio de San Miguel, Araceli González, y el gerente de Parcemasa, Federico Souviron, pudo admirar la preciosa fuente del Tempus Fugit, construida en 1849 –dos años después de las obras de ampliación del camposanto– y que simboliza la fugacidad de la vida muy a tono con su emplazamiento. En el interior del vaso de mármol había una decena de litronas, un trozo de techo de uralita, alguna pieza de coche y un gato muerto.

Y es que suele utilizarse la fuente, además de como almacén de botellas, como destino final de las piezas de automóviles que se trajinan en este descampado, pues hasta ruedas ha localizado el firmante.

En el mismo estado de derribo se encuentra la cruz levantada en 1637 en El Ejido para recordar a las 1.300 personas enterradas en esa zona, de los 12.000 muertos que dejó una epidemia de peste. La cruz fue trasladada a esta explanada en 1860 por decisión del Ayuntamiento y hoy la cruz es un triste palo sin remate, lleno de pintadas, mientras en la base, un deprimente clavo sirve para que alguien cuelgue la bolsa con el bocadillo. Lamentable.

Visto el panorama, quizás digan como Marlon Brando en Apocalipsis Now: «El horror, el horror». Mañana seguimos con otro ambiente de San Miguel que le pondrá los pelos de punta.

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