La calle dedicada a San Cayetano, entre la calle Lagunillas y el Altozano, recuerda a uno de los fundadores de la orden de los Teatinos, esa orden religiosa que nunca estuvo en Málaga y que sin embargo, dio nombre a un barrio de la ciudad por una confusión popular con los jesuitas, que eran quienes en realidad tenían en propiedad la finca y casa de recreo del mismo nombre desde finales del siglo XVI.
Una de las principales labores de los teatinos o clérigos regulares fue la de acompañar en los últimos momentos a los condenados a muerte. Y sin que nos pongamos tétricos, se echa en falta la compañía de alguno de estos venerables religiosos para todo peatón en trance de lesión en la calle San Cayetano y en la vecina calle Pinillos.
Esta última ha sido el escenario de las actividades de Fantasía de Lagunillas, una asociación victoriana que ofrece actividades artísticas y de refuerzo escolar a los niños del barrio. Pinturas infantiles llenaron esta calle, que hoy ofrece el mismo aspecto que la Málaga del 26 de diciembre de 1884, es decir, el día después del terremoto. Y es que los viejos adoquines que la cubren parecen haber sido azotados por algún maremoto que ha levantado olas de piedra (de haberlas conocido Hollywood, habrían aparecido en la película La tormenta perfecta).
Los adoquines se retuercen y levantan y la fuerte marejada prosigue por la calle San Cayetano, y eso que el empedrado varía y a ratos se convierte en pedruscos considerables, sin las geometrías del adoquín.
Pero si andar por estas dos calles se asemeja a los tramos más rocosos del Camino de Santiago (en concreto, algunas aldeas de Lugo), lo que también asombra es la abundancia de vegetación, que crece a los lados con verdadera profusión, así como en mitad del empedrado, como si el despistado paseante anduviera por una aldea abandonada hace décadas.
Desde luego, décadas parece que hace desde que el Ayuntamiento se dio una vuelta por estos andurriales, y eso que en la esquina en la que confluyen estas calles ha desaparecido ya un solar infecto con casa semiderruida que ha dado lugar a un bloque de pisos bastante apañado. Pero el Consistorio parece no tener compasión con los nuevos vecinos, que muy pronto necesitarán proveerse de machete para llega al hogar.
El autor de estas líneas es partidario de que en el Centro Histórico permanezcan algunas calles con empedrado artístico, porque ya se han convertido en un atractivo turístico. Dejar a la buena de Dios una calle adoquinada que parece sostenerse en la cresta de la ola es otra historia.
Un ejemplo de cómo acabar con esta tortura para los vecinos y que provoca que por aquí sólo pasen ellos (El Tato, ni pasa), lo tenemos en la calle vecina, la calle Zanca. Aquí el Ayuntamiento ha dado con el clavo: se trata de una calle exacta a la calle Pinillos, cuenta con pasamanos central y un piso que imita el adoquinado. Una solución moderna y humanitaria que evitará que tengamos que llamar a los teatinos, que bastantes cosas tienen como para atender a malagueños lesionados en la vía pública.